Lashón Hará

 

“dos pájaros, madera de cedro, lana carmesí e hisopo” 14:4.

 

 

La Perashá trata el tema de las impurezas. En la época del Bet HaMikdash, una persona podía adquirir impureza espiritual por diferentes causas. Una de ellas, la más virulenta, era una rara enfermedad que afectaba la piel de quien hacía mal uso de su palabra: como hablar Lashón Hará, la calumnia y cosas parecidas. La Torá le llama Tzaráat, palabra que se traduce erróneamente como lepra. El individuo que fuera declarado por el Cohén como Metzorá (afectado en su cuerpo con Tzaráat), era impuro y obligaba al afectado a permanecer aislado y fuera del campamento. Cualquiera que se acercara a él, en un lugar techado, aun sin tocarlo se impurificaba. Ni siquiera podía estar al lado de otros individuos impuros porque era un castigo que Hashem infligía a aquel que incurría en el pecado de Lashón Hará (maledicencia); él era aislado de los demás porque había provocado división entre un hombre y su compañero, y entre un hombre y su esposa, pues al hablar Lashón Hará indujo un pleito.[1]

 

Unos de los factores que provocan hablar Lashón Hará son la presunción y la soberbia. Una persona que se cree más que los demás, no teme hablar de ellos; él no reconoce que también carga con sus propios defectos. Prueba de ello es que el Metzorá, antes de restablecerse dentro de la sociedad, debía tomar una rama de cedro y un ramillete de hisopo (un arbusto enano) y traerlo al Bet HaMikdash. Explica Rashí que esto era para que el Metzorá aprendiera que, si antes se creía tan alto como el cedro, ahora reconociera que no es sino como un hisopo, y sólo de esta manera se perdonará su pecado.

 

Lo mismo podría decirse respecto a las ropas y el cabello: El temor es la vestimenta del sabio. La soberbia es la vestimenta del necio.[2] El Metzorá debía andar con las ropas rasgadas y el cabello crecido, para que esa desagradable imagen lo moviera hacia la humildad; para que la vanidad no lo invadiera nuevamente y que no volviera a hablar mal de su compañero.

 

Yerobam ben Nebat fue un malvado rey que indujo a nuestro pueblo a cometer idolatría; Hashem lo tomó de las ropas y le dijo: “Si te arrepientes de tus acciones y retornas en Teshubá, tú, Yo y el hijo de Ishay (el Rey David), caminaremos juntos por el jardín del Edén”. Yerobam preguntó: “¿Quién estará al frente?”. Hashem le respondió: “El hijo de Ishay”; entonces aquel pecador dijo: “Si es así, no me interesa la propuesta…”.

 

Realmente sorprende semejante respuesta de alguien que ni remotamente podría pensar en que su Teshubá sería aceptada. ¡Ni siquiera la misericordiosa propuesta de Hashem lo hizo despertar! La rechazó por la sencilla razón de no tolerar que el Rey David lo antecedería en el lugar de honor. La soberbia encegueció su mente al grado de despreciar la inmensa gloria eterna, que significa que Hashem se pasearía junto a él por el paraíso. Yerobam no estaba dispuesto a dejar de lado su orgullo personal, ni siquiera frente al Creador del universo, y mucho menos podía aceptar que su reino estuviese por debajo del de David.[3]

 

El famoso Rabí Yonathán Aibeshitz tenía la costumbre de pararse durante los rezos de Rosh Hashaná y Yom Kipur junto a una persona que rezara con el corazón quebrado y con toda concentración. Cada año, Rabí Yonathán observaba a la gente buscando a alguien que cumpliera estos requisitos; cuando lo encontraba, se pasaba junto a él todos los rezos.

 

Un año, en el rezo de Minjá en la víspera de Yom Kipur, buscaba a quien sería su vecino en las oraciones. Le llamó la atención un Yehudí que lloraba mientras rezaba fervientemente. El Rab se acercó a él y vio cómo el Majzor estaba empapado por las lágrimas. Al final del rezo escuchó cómo ésta persona decía: “Tierra soy en vida y con mayor razón así seré en la muerte”. Al ver que el Yehudí la repetía una y otra vez, el Rab se convenció de que el hombre era muy humilde y por ello decidió quedarse parado junto a él durante todo el rezo del solemne día.

 

El Rab fue a su casa a comer la Seudá Mafseket y regresó contento porque ya tenía junto a quien quedarse parado. Y así fue, el Rab se apostó junto a él durante la noche de Kol Nidrei y también durante el rezo de la mañana. El Rab se encontraba muy contento, ya que ese año le había tocado pasar las fiestas junto a una persona muy humilde. Sin embargo, todo cambió cuando llamaron al “humilde” a subir para la lectura de la Torá en la cuarta posición y empezó a gritar al Gabai: “¡¿Acaso el que subió antes que yo es más importante?!”. El Rab se quedó asombrado y le dijo: “Hace un momento llorabas y decías con el corazón roto que tú eras tierra en vida y con mayor razón en la muerte. ¿Cómo es posible que hayas cambiado de parecer tan rápido?”.

 

El hombre miró al Rab por encima del hombro y le respondió: “Una cosa es cuando yo hablo con Hashem… Ante Él no soy más que tierra y no valgo nada… Otra cosa muy diferente es cuando hablo con este fulano. ¡Ante él sí que soy muy, pero muy importante…!”.

 

La verdadera humildad se expresa ante los demás y no únicamente ante Hashem...

 

El propósito de la Creación es que el hombre reciba sobre sí el yugo del Eterno, que le sirva y cumpla Sus preceptos como hace un siervo con su amo. Por ello hay que abstenerse al extremo del orgullo, pues cuando el hombre se enorgullece y no recibe sobre sí el reinado de Hashem, está comprometiendo su vida. Ningún hombre puede enorgullecerse; sólo Hashem puede hacerlo, pues de Él es el orgullo y la gloria:[4] Hashem reinó, se vistió de gloria.[5] Todo el que es orgulloso es como si cometiese idolatría. Un individuo arrogante se atribuye un poder que no tiene, se complace consigo mismo pensando que él es quien hace y deshace según su parecer y sin tomar en cuenta que realmente es Hashem Quien todo hace y todo lo da.

 

La soberbia incita a la persona a valorarse demasiado, enorgulleciéndose y creyéndose capaz de hacer cualquier cosa por encima de los demás. Llega a estar tan envanecido de sí mismo que repudia la vergüenza, no respeta a los mayores ni a los Sabios; el odio, la pelea y la envidia son características que lo acompañan en su vida; no tiene problema en transgredir los preceptos de la Torá y no puede aceptar las críticas de quienes lo corrigen. Una persona así difícilmente se da cuenta de sus defectos, y habla Lashón Hará de los demás sin percibir que en realidad es él quien realmente posee tales faltas y lo que está criticando es alguna de sus cualidades negativas que está viendo reflejadas en los demás…

 

El problema que tiene una persona orgullosa es que nunca va a poder mejorar su carácter, porque piensa que son los demás quienes tienen las fallas. Este es uno de los motivos por los cuales se le segrega de la sociedad y no se le permite tener contacto ni siquiera con otros como él; para que en el aislamiento se observe sólo a ella misma y perciba que las fallas de carácter y las malas cualidades son solamente de él y así, posiblemente, corregirá su proceder y no se quedará  como aquel diamante recién sacado de la mina, que estando todavía en bruto no se le ve la diferencia de las demás rocas de carbón, pero por medio de una buena pulida (Teshubá) quedará deslumbrante, y esto es lo que quiere Hashem de todos y cada uno de nosotros.

 

Por esta razón no se entregó la Torá sino por medio de Moshé, sobre quien la Torá afirma que era humilde en extremo, más que todo hombre sobre la faz de la tierra.[6] Y no fue dada en cualquier lugar, sino sobre el monte Sinai, que era el más bajo de los montes,[7] pues no se creó el mundo sino por causa de la Torá, y ésta no se mantiene en los orgullosos, como está dicho: no está (la Torá) en los cielos, no la encontrarás en quien se enaltece sobre ella como si fuera el cielo, ni en quien se engrandece en ella como los mares.[8] ©Musarito semanal

 

 

 

 

 

 

“El fruto de la modestia es el amor, y el fruto de la presunción, el odio”[9]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Arajín 16b.

 

[2] Rab David Budnik.

 

[3] Sanhedrín 102a.

 

[4] Igueret HaRambán.

 

[5] Tehilim 93:1.

 

[6] Bemidbar 12:3.

 

[7] Meguilá 29a.

 

[8] Erubín 55a.

 

[9] Igueret Hamusar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

.

 

© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.