¿Quién lleva las riendas de tu vida?
“¿Por qué te has enfurecido…? Si te mejoraras, ¿no serías perdonado? Pero si no te mejoras, a la puerta el pecado yace, y hacia ti será su deseo; pero tú puedes dominarlo” (4:7).
Adam y Javá tuvieron dos hijos: Cáin, que se convirtió en agricultor, y Hébel, que fue un pastor. Ambos llevaron ofrendas de su producción a Hashem. Hébel era sincero y llevaba lo mejor de su rebaño. Por otro lado, Cáin no lo era y llevaba lo peor de su producción. Hashem hizo descender fuego del Cielo y consumió la ofrenda de Hébel. No ocurrió lo mismo con el ofrecimiento de Cáin, quien se sintió avergonzado y se encolerizó.
Mientras estaban en el campo, Caín mató a Hébel. Cuando Hashem le preguntó dónde estaba su hermano, Cáin respondió: “¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”. ¿En realidad Cáin no sabía que Hashem le estaba reclamando el asesinato de su hermano? ¡Seguramente estaba bien consciente de ello! Entonces, ¿qué quiere enseñarnos la Torá con este diálogo? Dice el Midrash: “Caín quiso decir a Hashem: ‘Hébel y yo trajimos ofrendas para Ti. Así como Tú decidiste aceptar la ofrenda de Hébel Tú también decidiste que era el momento de la muerte de mi hermano. ¿Quién puso en mí la habilidad de asesinar? ¿Acaso no fuiste Tú?”.
Hashem respondió: “Tienes razón. Puse en ti al instinto maligno, el cual siempre anhela y desea hacerte tropezar: …si no te mejoras, a la puerta el pecado yace y hacia ti será su deseo.[1] Sin embargo, también te di la habilidad de resistir: …tú puedes dominarlo. Tu hermano trajo su ofrenda con todo el corazón; en cambio, tú acercaste lo peor de la tierra. Él también podría haber escogido un animal defectuoso; sin embargo, escogió de lo mejor de su ganado.[2] Con esto te demuestro que tenías la posibilidad de hacerlo, pero dejaste que la codicia se apoderara de ti”. Entonces Hashem lo castigó severamente, forzándolo a deambular sin descanso sobre la faz de la Tierra.
Cierta vez un yehudí cabalgaba rumbo a la ciudad. Encontró a un mendigo sentado sobre el tronco de un árbol caído. El pordiosero se le cruzó rogándole que lo llevara con él hasta la ciudad, pues, como era rengo, le era muy difícil hacerlo por sus propios medios y temía que la noche lo encontrara en el bosque, quedando así a merced de ladrones y animales salvajes. El judío, que era muy bondadoso, se apeó del caballo e hizo subir al rengo dándole las riendas y sentándose él detrás. Así, cabalgando ambos sobre el mismo animal, llegaron al centro de la ciudad. Entonces el mendigo dijo al hombre: “Ya llegamos, así que ahora bájate, que yo sigo hasta mi casa”.
Como es de suponer, el hombre se enojó y comenzó a gritar: “¡¿Así quieres pagarme, robando mi caballo!?”. El rengo no se inmutó por los gritos del otro y, sujetándose fuerte al caballo, empezó a gritar a su vez para que se juntase la gente a su alrededor, y empezó a sollozar: “¡Miren lo que éste sinvergüenza quiere hacerme! ¡Quiere despojarme de mi caballo, a mí, que soy un pobre rengo…! Yo lo encontré a la mitad del camino, lo traje en mi caballo hasta aquí. Ahora, por favor, ayúdenme para que no me despoje”. El llanto y los gritos que profería hicieron su efecto en los presentes y no permitieron que el buen hombre pudiera llevarse el caballo, que ciertamente le pertenecía. El hombre se dio cuenta de que de nada valdría cuanto dijese y pidió ver al juez para que éste determinara quién tenía razón.
El juez metió al caballo, con otros más, a correr en un ruedo. Dijo al rengo que pasara primero, y después pasó al judío bondadoso. Determinó el juez: “Ahora sé de quién es… ¡El caballo pertenece al judío, ya que al entrar al ruedo, se acercó a él!”. Dijo al judío: “Estoy convencido de que el caballo es tuyo, pero lamentablemente nada puedo hacer, ya que tú mismo lo sentaste delante de ti y le diste las riendas, y eso es una prueba a favor del rengo”.[3]
El Rambam explica que todos somos propensos a ciertas tentaciones, pero nadie está destinado a hacer maldad. Antes de que la persona peque, tiene el mal fuera de su persona, se guía por lo verdadero y lo correcto, y se aleja de lo falso y lo que daña. Mas al caer, al ceder terreno al mal, éste se hospeda en su interior y comienza la confusión; el hombre pierde la capacidad de distinguir entre la verdad y la mentira. ©Musarito semanal
“¿Quién se considera un ser digno? Aquel que vence a su espíritu maligno.”
[1] Kidushín 30b.
[2] Bereshit Rabá 22:5.
[3] Extraído de Oasis.
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