La humildad es la mejor de las cualidades
“Y harás un Mitznéfet (Cofia) de lino” (28:39).
En esta Perashá, Hashem ordena a Moshé consagrar a los Cohanim con vestimentas especiales. La indumentaria del Cohén Gadol constaba de ocho prendas. Cada una de ellas expiaba por un pecado particular del Pueblo Judío. Por ejemplo, el mitznéfet, que era una especie de turbante, expiaba el pecado de la soberbia y la vanidad.[1] El motivo que ofrece el Talmud es que en la cabeza residen los sentimientos de altivez y presunción; se coloca allí para recordar a la persona que sobre él sólo debe existir la conciencia de la existencia de Hashem, y así adquirir la cualidad de la humildad.
La humildad es la mejor cualidad.[2] Es el fundamento de la Torá y de las buenas cualidades. Sus compañeras la siguen: amor, hermandad, paz y amistad. El humilde no se enoja nunca; deja pasar su honor. Mantiene un perfil bajo. Nada le molesta. No busca la grandeza. No se considera apto de lo propio… ¡Cuántas cualidades emanan de la humildad verdadera! Debido a lo correcta y buena que es, resulta muy difícil encontrarla. La persona debe dominar su natural tendencia a sentirse poseedor de todo lo que le rodea y llenar su mente de pensamientos puros y constantes, pensando siempre: “¿Qué soy? En realidad nada me pertenece”. Como dice el Rambán en su epístola: “¿Y qué tiene el pobre para enorgullecerse con vestidos que le dieron en préstamo y que no son de él?”.
Un rey nombró a uno de sus ministros como gobernador interino en una de las ciudades principales. El gobernador abusó de su puesto obligando a los súbditos a honrarlo. Cierta vez, fue el rey a la ciudad a atender un asunto y pidió que lo llevaran a hacer un recorrido por las calles de la ciudad. ¡Grande fue su sorpresa y enojo cuando encontró al gobernador vistiendo las ropas reales! Todos hacían honores a su investidura, con lo cual usurpaba el honor que pertenecía al Rey.
Imaginemos la vergüenza del gobernador al ser descubierto por el Monarca… Dijo el Rey David: Hashem se viste de orgullo.[3] El orgullo sólo pertenece a Hashem. ¡Pobre de todos aquellos que tratan de “vestir” la indumentaria real, sintiendo que todo lo existente les pertenece…! Cuanto más posee la persona, menos arrogante debería ser. Solamente abrir sus ojos y mirar las maravillas que se encuentran a su rededor, debería ser suficiente para decir: “¿Cómo puedo acercarme ante el Creador de todo el hermoso universo que nos rodea? ¿Cómo puedo inclinarme ante Él, que está en las alturas?[4] ¿Cómo me atrevo a levantar el rostro ante su magnificencia?”. Cada uno de nosotros ha recibido la Piedad de Hashem en abundancia. Nos ha agraciado con un poco de entendimiento y nos ha auxiliado para hacer el bien. Todo lo que hagamos no será suficiente para pagar siquiera un solo respiro de los millones que damos en nuestra vida. Me he empequeñecido por todos los favores y toda la verdad.[5]
El Gaón de Vilna estaba estudiando un pasaje difícil del Talmud. Estaba tan concentrado en el tema que no advirtió que uno de sus alumnos había entrado al Midrash y se acercó a saludarlo. El joven extendió su mano, pero el Gaón no respondió. El alumno sintió que su maestro tenía algún motivo para desairarlo y se retiró con desánimo del lugar. Mientras salía se encontró con el Rab Jaim de Volozhin, uno de los más destacados discípulos del Gaón, y desahogó su pena.
Rab Jaim trató de consolar al estudiante, pero fue inútil. “Seguramente encontró algún hecho pecaminoso que habré cometido”, dijo tristemente el alumno. Rab Jaim se despidió del joven y entró en el estudio del Gaón. Al ver a su discípulo, el Gaón lo saludó alegremente. “¿Pero por qué estás tan abatido?”, preguntó. “Acabo de encontrar en el pasillo a un muchacho que se siente ofendido porque usted lo ignoró cuando vino a saludarlo hace unos minutos”. El gaón exclamo: “¿Cómo pude hacer algo así? En ningún momento percibí su presencia, quizá porque estaba muy absorto en mis pensamientos. ¿Dónde está ese joven? Debo ir a buscarlo”. El Gaón de Vilna salió rápidamente del Midrash, salió a la calle y alcanzó a ver al muchacho. Éste escuchó que alguien lo llamaba por su nombre, volteó y vio al gigante de la generación corriendo para alcanzarlo. El estudiante miraba con sorpresa como el Gaón se acercaba, lo abrazaba y decía: “Hijo mío, perdóname si te causé angustia. Créeme, no quise ofenderte. Te amo tanto como a todos mis queridos estudiantes. Si no advertí tu presencia, fue solamente porque mis pensamientos estaban en otra parte. ¿Quisieras por favor perdonarme?”.
Si tal era el sentimiento de los sabios de las generaciones anteriores, ¿qué nos queda a nosotros, que vivimos en una generación huérfana? ¡Los grandes se están yendo! No se requiere conocimiento para percatarnos de nuestra pequeñez y poco valor, así como nuestro poco entendimiento y nuestra gran escasez respecto al Servicio Divino. El yo, el egoísmo, es la cortina que separa al hombre de su Creador.[6] El orgullo y la presunción causan tristeza. La persona que padece estos defectos cree que todo le corresponde. El sentimiento de satisfacción es temporal; la vida se encarga de desilusionarlo…[7] Si razonamos por lo menos un momento cada día sobre este tema, someteremos al corazón y estaremos más conscientes de este grave pecado.
No debemos confundir el hecho de vivir con humildad con vivir engañados por una autoimagen desvalorizada. Hay una línea muy delgada entre la humildad y el auto desprecio… Nunca debemos negar nuestros aspectos positivos y ver las aptitudes con las que fuimos creados. Éstas nos fueron otorgadas con un fin específico. ¡Debemos explotarlas al máximo! Si el Jafetz Jaim hubiese pensado que él no era competente para escribir las numerosas obras halájicas y los principios éticos que nos legó, ¿qué sería hoy de Am Israel? ¡Estaríamos caminando como ciegos en la oscuridad! Quienes lo conocieron pueden atestiguar sobre la profunda humildad que poseía. Él escribió sus obras porque sabía que podía hacerlo, pero también sabía que no debe esperarse gloria y honores por lo que uno hace; sólo pensaba en lo que le faltaba por hacer. Sólo con sencillez e integridad puede llegarse a la verdad. Si has estudiado mucha Torá, no te jactes, porque para ello has sido creado.[8] Tomar conciencia verdadera de la naturaleza de las habilidades y las capacidades propias no es, en modo alguno, incompatible con la humildad. Uno puede medir su verdadera grandeza sin asumir orgullo ni vanidad. El corazón de un sabio es como un espejo: refleja cada objeto sin empañarse. ©Musarito semanal
“¿Quién es meritorio del Mundo Venidero? El humilde que agachado entra y agachado sale, se ocupa de la Torá siempre y no se enorgullece.”[9]
[1] Arajín 16a.
[2] Abodá Zará 20b.
[3] Tehilim 93:1.
[4] Mijá 6:6.
[5] Bereshit 32:11.
[6] Rab Dov Ber.
[7] Gaón de Vilna.
[8] Pirké Abot 2:9.
[9] Sanhedrín 88b.
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