El exilio y la reconstrucción de Yerushaláim
Perashat Pinejás
“Mi ofrenda, Mi alimento para Mis fuegos, la fragancia placentera, ustedes se cuidarán de ofrecer para Mí en su tiempo designado” (28:2).
El Pueblo de Israel se encontraba a unos pasos de entrar a la Tierra Prometida. Moshé proporciona una descripción detallada de los sacrificios que debían ser acercados regularmente en el Santuario.
¿Por qué eligió Moshé este momento para darles esta enseñanza?
La respuesta la proporciona la Guemará.[1] Menciona un diálogo en el que Abraham pregunta a Hashem: “Cuándo mis hijos pequen ante Ti, ¿les harás como a la generación del diluvio o como a los de la torre de Babel?”. Hashem le contestó: “Cuando pequen traerán sacrificios y Yo los perdonaré”. Abraham preguntó de nuevo: “¿Y cómo se salvarán en los tiempos que no tengan Bet HaMikdash y no puedan traer sacrificios?”. Hashem le respondió: “Que lean y estudien las leyes correspondientes a los sacrificios y Yo se los consideraré como si los hubiesen realizado”.
Dijo el profeta Hoshea: “Que nuestros labios sustituyan los toros [de sacrificio]”.[2] Inclusive encontramos en el Talmud la opinión de Rabí Elazar, quien deduce de un texto de las Escrituras que la oración es superior a los sacrificios.[3]
Esta Perashá se lee casi siempre dentro de las tres semanas de luto por la destrucción del Primero y el Segundo Bet HaMikdash, para despertar la añoranza y avivar en nuestros corazones la tristeza por la imposibilidad de acercar los korbanot por la falta de Santuario.
Sucedió con un shalíaj de Yerushaláim que llegó a Túnez y se hospedó en la casa del Rab de la ciudad. Juntaba tzedakot para los Talmidé Jajamim que se sentaban en los kolelim de Yerushaláim a estudiar Torá. Transcurrió una semana en la que visitó a la mayoría de los yehudim de esta ciudad y, en la víspera de Shabat, la Rabanit le preguntó cuál había sido su impresión de la ciudad y de su gente. Su respuesta fue: “Son todos muy honorables, con muy buen corazón. Y siguen el ejemplo del Rab, su esposo, que es un tzadik. La única duda que tengo es: ¿por qué su marido grita en la tefilá? En Yerushaláim todos hacemos tefilá en silencio, pero aquí su marido levanta mucho la voz y asusta a la gente. La verdad no entiendo por qué hace así”. La esposa del Rab le respondió: “A mí me sorprende que usted no grite en la tefilá”.
Ahí terminó la conversación. Antes de empezar Shabat, el shalíaj tomó el dinero que había juntado en la semana y se lo entregó a la Rabanit pidiéndole que lo guardara hasta que finalizara Shabat, ya que no tenía dónde ponerlo. La mujer guardó el dinero y el shalíaj fue al Bet HaKenéset. Fue un Shabat extraordinario.
Después de Habdalá, el shalíaj fue a buscar el dinero. La Rabanit le respondió: “¿Qué dinero? ¿De qué está hablando?”. El shalíaj no entendió la respuesta: “¿Acaso no recuerda que antes de Shabat le dejé el dinero que había juntado en la semana?”. La Rabanit negó todo. “Usted no me dio nada. Estará confundido con otra persona”. El shalíaj enloqueció. ¡Todo lo que había juntado estaba ahí! ¿Cómo regresaría a Yerushaláim? ¡Con qué cara diría que había perdido todo! De repente, empezó a gritar: “¡El dinero! ¿Dónde está mi dinero?”. La Rabanit le respondió: “No grite. ¿Acaso soy sorda para que necesite gritar?”. El shalíaj respondió: “¡Cómo no voy a gritar! Me duele el corazón por lo sucedido”. La Rabanit le respondió: “¿Y cómo no entiende que mi esposo grite en la tefilá por el dolor de Israel y sus sufrimientos, por los pecados y por el exilio de la Shejiná?”. En ese instante le devolvió el dinero.
Cuando el dolor llega hasta el alma, se grita. Cuando se siente lo terrible del problema, sólo ahí Hashem puede salvarnos. ¡Qué Hashem escuche todas nuestras tefilot![4]
El término korbán se traduce comúnmente como “sacrificio”; proviene de la palabra karob, que significa “cercano”. Al ofrecer los korbanot, estamos manifestando nuestra intención de apegarnos al Todopoderoso. También representa una forma de pedir perdón y de expiar nuestros pecados una vez que resolvemos no cometerlos más. De igual manera, representa la unión de Am Israel, ya que todo el pueblo se reunía en las festividades para subir a Yerushaláim y acercar juntos sus sacrificios.
Finalmente, es también un modo de expresar a Hashem agradecimiento, humildad y obediencia a Su voluntad. Las tefilot, que representan los sacrificios, nos acercan al Todopoderoso, pues desde la destrucción del Templo y ante la imposibilidad de realizar los sacrificios, nos quedó en este mundo el Bet HaKenéset y las tefilot.
El Talmud, en el tratado de Berajot, dice: “No le quedó al Todopoderoso en este mundo sino el lugar donde se estudia la Halajá (Torá)”. La sinagoga y el Bet HaMidrash son los espacios donde se encuentra la Divinidad. ¡Qué importancia y respeto debemos a estos lugares, con qué temor debemos entrar a ellos y con qué sensación debemos salir! Por desgracia, la costumbre destruye toda condición.
Estos días son muy propicios para la reflexión. Hay que darnos cuenta de que el exilio está provocando daños muy notorios en las congregaciones, especialmente en las que vivimos en la diáspora. Hoy debemos llorar porque ya perdimos la noción de lo que perdimos; no vemos que la Presencia Divina lleva más de dos mil años sin su morada. Hashem desea estar en “Su Casa”, con sus hijos sentados a su mesa. Solamente nosotros podemos hacerlo realidad. Esforcémonos cada día, poniendo más empeño en el estudio y en el cumplimiento de las mitzvot, y que por medio de esto tengamos el privilegio de ver en nuestros días la reconstrucción del Bet HaMikdash.©Musarito semanal
“Alegren a Yerushaláim, y regocíjense en ella todos los que la aman. Alégrense con ella con (gran) alegría, todos los que han hecho duelo por ella.”[5]
[1] Taanit 27b.
[2] Hoshea 14:3.
[3] Berajot 32b.
[4] Abotenu Sipru Lanu; Revista “Or Torá”, Rab Rafael Freue.
[5] Yeshayá 66:10.