Rosh Hashaná
“Cada año que comienza, nos demuestra que Hashem no ha perdido la esperanza en el hombre”.
Es conocido que Rabí Levi Itzjak Barditchever solía hacer grandes preparativos antes del primer Selijot. Es sabido que cuanto mejor la persona se prepara para el temible día del juicio, más probabilidades tendrá de recibir una buena sentencia. En verdad, él comenzaba desde el primer día de Rosh Jodesh Elul e incluso antes. Él sabía que los Selijot, era el recurso idóneo para argumentar y defender al Am Israel ante el Señor del mundo. Lo que él no podía conseguir durante los Selijot trataba de obtenerlo, en Rosh Hashaná o en Yom Kipur. Hasta el último instante había tiempo de defender a los judíos, destruyendo la acusación del Satán quien se encuentra siempre a la expectativa. Para que sus ruegos llegaran hasta el lugar más alto, procuraba reunir a sus Jasidim más importantes y queridos. En ese momento se sentía como un general con su ejército. Antes de comenzar, observaba si no faltaba ninguno de sus alumnos y Jasidim. Si faltaba alguno preguntaba por él. Sentía verdadera preocupación hasta que veía aparecer al faltante.
Normalmente, vivieran donde viviesen, para los Yamim Noraim, todos iban a Barditchub. Algunos llegaban los primeros días de Elul, otros a mitad del mes, en víspera de los Selijot o el día de Rosh Hashaná. Rab Berréele no llegó a tiempo de pasar ese Shabat con su Rab. Faltando poco para encender las velas él aún no había llegado. Con los apuros de los preparativos de Shabat muchos no se hubieran dado cuenta de la ausencia, pero su maestro no lo olvidaba. Durante el día preguntó varias veces por él. Cuando ya era la hora de Shabat volvió a preguntar si Rabí Berréele había llegado y él mismo se contestó: “Probablemente ya no viene para Shabat. Seguramente habrá quedado clavado en mitad del camino”. Todos aceptaron que Rabí Berréele no le habría sucedido nada, salvo el haberse demorado en algún punto del camino.
El sábado por la noche, inmediatamente después de Habdalá, el Rabí Barditchever volvió a preguntar si Rabí Berréele ya había aparecido añadiendo entonces: “Le lleva más de lo que se pensaba”. Después de la medianoche, los judíos ya estaban reunidos en el Bet Hakeneset del Rab. Solo se esperaba que apareciera el Rab Barditchever y subiera al estrado. Pero el Rab aún esperaba en su casa. Parado junto a la ventana miraba hacia fuera como esperando la llegada de alguien. Estaba claro que esperaba a Rabí Berréele. Pero cuando éste no apareció y se hizo tarde, el Rab Barditchever suspiro profundamente y con pasos lentos se dirigió al Bet Hakeneset. Allí el Tzadik continuó con sus preparativos y a cada instante miraba hacia la puerta, para ver quien no se había presentado. Finalmente subió al estrado, pero antes de empezar las plegarias volvió el rostro hacia la puerta. Justo en ese momento, ésta se abrió dando paso a Rabí Berréele seguido por alguien más, aparentemente un aldeano.
Enseguida informaron al Rab Barditchever de la llegada del Jasid. El rostro del Tzadik se iluminó y ordenó que Rabí Berele se acercara a él. Rabí Berréele apenas se había puesto el Talit cuando ya estaba parado junto al Rab: “Dime, ¿Qué te retuvo en el camino?”. Rabí Berréele respondió: “¿Quiere que se lo cuente ahora, en este mismo lugar o después, cuando terminemos con las plegarias?”. “Seguro que ahora y aquí, para que todos escuchen”. “¿Pero qué apuro hay?”, preguntó Rabí Beréele un poco aturdido. “Eso lo sabrás después”, dijo en tono autoritario el Rabí Barditchever: “Tú cuenta lo que te sucedió”. Se veía que no era de su gusto pero ¿qué alternativa tenía? El Tzadik le ordenó contar y así lo hizo.
De su casa había salido a tiempo. No tenía dudas de que, con la ayuda de Hashem, llegaría a lo del Rab Barditchever como siempre Erev Shabat y aún alcanzaría a darse el baño ritual y hacer otros preparativos. Como distinguido hombre de negocios viajaba con su propio cochero. El camino estaba bueno y los caballos también anduvieron bien. Pero cosas del Satán, en el camino se presentaron toda clase de inconvenientes. De pronto una rueda rota, los caballos cansados y el mismo cochero que quiso detenerse en una taberna para tomar una copa.
Era viernes a mediodía y aún les faltaba un buen trecho hasta Barditchub. Rabí Berréele no quiso arriesgar más el tiempo y llegar en Shabat, por lo que decidió entrar a la taberna. No se veía el menor preparativo para Shabat y entonces preguntó si el dueño era judío. El cochero asintió con la cabeza. Rabí Berréele entró a averiguar por qué no habían comenzado y se percató del problema. Observó que marido y mujer peleaban, trató de meterse y hacer las paces, pero la riña recrudeció. “¡Ella es una malvada!”, gritaba el tabernero. “¡Y él es un malvado de malvados!”, aullaba la mujer. Rabí Berréele pensó: “Si tuviera tiempo me iría de aquí, falta poco para que comience Shabat”. Se retiró a su habitación y ayudado por su cochero, prepararon lo necesario. Más tarde, el matrimonio se calmó un poco, pero el odio entre ellos no se silenciaba: “No bien pase Shabat voy a la ciudad a pedir el divorcio”, dijo el tabernero. “No vas a ir a ningún lado”, le respondió la tabernera. “Prefiero ser una viuda que una divorciada”. “Siendo así me iré del todo y quedarás toda la vida una abandonada”. Rabí Berréele probó de inmiscuirse nuevamente. Habló por separado con el marido y luego con la mujer. Trató de explicarles qué grande es el Shalom Bait.
Todo el Shabat lo pasó hablando con ellos buscando que se amigaran. “Háganlo por el sagrado sábado”, les pedía. “Y más que es el último sábado antes de Rosh Hashaná. ¿Acaso no siente lo temible de ese día?”. Mas sus palabras ayudaron muy poco. Terminó Shabat y Rabí Berréele hizo Habdalá, mientras que el matrimonio aún seguía discutiendo. “No puedo quedarme más”, empezó Rabí Berréele. “Debo ponerme en camino. Quiero llegar lo antes posible a lo del Rabí. ¿No me van a dar el gusto de hacer las paces uno con el otro, antes que yo me vaya de aquí?”. De pronto surgió en él la idea de que había llegado a esa taberna porque era voluntad de Hashem que reinstaurara la paz en esa pareja. Entonces, ¿cómo irse sin haber logrado nada? Si eso le había resultado pesado, se esforzó aún más; después de todo no había motivos para que se pelearan. Sólo tenían que querer y la armonía volvería a reinar entre ellos. Rabí Berréele empezó a hablarles, sintiendo una posibilidad de victoria. “¡No me voy de aquí hasta que hagan las paces!”, les hizo saber. “Es hora de Selijot y no es posible que se estén peleando”. Los minutos fueron pasando y la medianoche estaba cerca. “¿Ustedes no querrían ir para Selijot?”, les preguntó, y continuó hablándoles hasta que los sintió menos encaprichados. Finalmente, Rabí Berréele consiguió que ambos reconocieran sus errores y se comprometieran a vivir en paz y buena armonía. Lo llevó consigo a Barditchub para los Selijot. “Esta es toda la historia”, concluyó el Rab Bérrele.
Rabí Levi Itzjak Barditchever elevó sus ojos al cielo y dijo: “¿Has oído Padre Celestial, lo que Rabí Bérrele ha logrado? Hizo las paces entre marido y mujer, mira cuánto esfuerzo puso de su parte para conseguirlo. ¡Esto fue cuando ambas partes estuvieron encaprichadas! Ahora está ante ti todo el pueblo judío queriendo hacer las paces, y yo, Levi Itzjak de Barditchub, soy su emisario. Si ellos quieren serte fieles y leales, ¿aún debes seguir enojado? ¿Debes continuar dándonos la espalda? ¡Déjanos escuchar de ti “Salajti”, que nos perdonas todos nuestros pecados! Y el Barditchever empezó los Selijot.[1]©Musarito semanal
“Donde hay fe, hay amor. Donde hay amor, hay paz. Donde hay paz está Hashem Y donde está Hashem no falta nada”.
[1] Extraído de Oasis
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