Los estudiantes de Torá

 

 

 

 

“Partió Yaacob de Beer Sheva y se dirigio a Jarán." 28:10.

 

 

 La Torá relata la salida de Yaacob de Beer Sheva, escapaba de la presencia de su hermano Esav, quien quería matarlo y salió de la tierra de Kenaán para dirigirse a Jarán. Para efectos de narración, Debería estar escrito solamente que ‘Yaakob marchó a Jarán’. ¿Por qué razón la Torá menciona su salida? Lo hace con el objeto de enseñar que la salida de un hombre justo causa una honda impresión en ese lugar. Pues todo el tiempo que él permanece en esa ciudad, constituye su gloria, su esplendor y su belleza. Pero cuando se va de ese lugar, todas estas virtudes desaparecen.[1] Y aunque Yitzjak Avinu, quien se destacaba por su gran rectitud, seguía viviendo en Beer Sheva, la partida de Yaacob se sintió en ese lugar. Explican los exegetas que el motivo fue porque Abraham representa la bondad (el Jésed), Yitzjak al servicio Divino (la Tefilá), estos son dos de los pilares que sostienen al mundo,[2] pero el tercer pilar: Yaacob que representa la Torá, es indispensable para que el mundo se sostenga. Por eso es que la Inclinación Malvada no desafió de frente ni a Abraham ni a Yitzjak, sino únicamente a Yaacob.[3] El Jafetz Jaim solía decir que al Yétzer Hará no le molesta que el judío ayune, rece y de Tzedaká todo el día ¡Siempre y cuando no estudie Torá! Por este motivo los habitantes de Beer Sheba resintieron la partida de Yaacob.

 

 

En otro capítulo encontramos que ante la inminente destrucción de la ciudad de Sedom, Abraham rezó para que Hashem perdonase a sus habitantes:[4] “Quizás hay cincuenta justos”. Nuestro patriarca rogaba clemencia argumentando que por el mérito de cincuenta hombres justos Hashem los salvara del terrible decreto. Hashem le respondió que si se encontrase esa cantidad de Tzadikim, todos serían salvados. Entonces Abraham prosiguió rogando: ¿Si fueran cuarenta y cinco…?

 

¿Cuarenta…? ¿Treinta…? ¿Veinte…? ¿Diez...? Vemos de este hecho que ¡Diez personas justas pueden salvar a toda una ciudad!5 Dice el Talmud: Si una ciudad no tiene diez personas estudiando Torá constantemente, un sabio de la Torá tiene prohibido vivir en ella.[6]

 

 

A lo largo de la historia, los enemigos de Israel se han empecinado en perseguir y acabar con los judíos, a pesar que han errado en el exilio de un país a otro, los hijos de Yaacob han luchado incluso a costa de la propia vida por prevalecer y mantener intacta la identidad

 

 

milenaria que recibieron de los patriarcas. Se han recuperado de las violentas acometidas gracias a que han permanecido juntos uno con el otro, y juntos con Hashem, esto gracias al estudio y al cumplimiento de lo que está escrito en la sagrada Torá.

 

 

Hoy en día, podemos encontrar un importante resurgimiento de las instituciones de estudios avanzados, donde jóvenes y adultos (conocidos como Abrejim), se congregan y estudian con apasionamiento las leyes y los consejos que escribieron los Jajamim, derivados de la Torá que nos fue entregada en el Monte Sinaí. Ellos, con su buen comportamiento y delicadeza, impregnan a la sociedad fuerza espiritual y moral; abren los conductos que bajan abundancia y bendición al mundo; además despiertan la conciencia del amor a Hashem y a temer a transgredir sus ordenanzas. Dolorosamente escuchamos a personas criticar este “oficio” considerándolo irrelevante y desprecian a quienes lo practican, ignoran cuánta bendición y protección proporcionan a toda la ciudad. Esto puede compararse a una persona que entra a la torre de control de un aeropuerto, encuentra a un gran grupo de personas sentadas delante de grandes pantallas, si no sabe cuál es la responsabilidad de cada uno de ellos, seguramente dirá: “¡Qué gente tan improductiva, todo el día sentados viendo una pantalla, deberían estar haciendo algo provechoso para la sociedad…!” ¿Qué le responderías a ese hombre? ¡Si tan solo supieras que si no fuera por esos hombres, el tráfico aéreo se convertiría en un caos, y la seguridad de los viajeros estaría en gran riesgo…!

 

 

Un poderoso príncipe estaba viajando en un lujoso barco. Un día decidió inspeccionar la sala de máquinas. Bajó hasta allí y se sorprendió al observar que todos los que trabajaban allí estaban negros de pies a cabeza con grasa y hollín. Entonces él dijo que no era apropiado que semejante barco lujoso, con muebles tan finos tuviera una sección con paredes tan negras, y también estaba asombrado de que la tripulación que trabajaba allí no estaba presentable. Él ordenó que esa habitación se cerrara y que toda esa tripulación vistiera ropas blancas, así como vestían los empleados que trabajaban con los pasajeros. Por supuesto, después de que las órdenes fueron puestas en práctica, el barco inmovilizado estaba en gran peligro en el medio del mar,

 

puesto que no podía navegar y había quedado a la suerte de las corrientes oceánicas.[7]

 

 

Una situación similar prevalece con aquellos que dedican su vida al estudio de la Torá. Ellos pueden vestir ropas humildes, vivir con pobreza y carecer de muchos lujos que otros tienen. Sin embargo, nuestros Sabios dicen que si se dejaría de estudiar, incluso por un segundo, el mundo dejaría de existir. Es por eso que quienes estudian Torá son similares a aquellos en la sala de máquinas: eran absolutamente necesarios para la sobrevivencia del barco, puesto que el mundo existe por el mérito de estas personas.

 

 

El Jafetz Jaim promovió la construcción de un hospital en la ciudad de Lida. Reunió a los dirigentes, a los influyentes y a los millonarios de la comunidad. Comenzó su disertación hablando de la problemática que tenía el internarse en un hospital de no yehudim, donde las enfermeras y los mismos enfermos alimentan y se alimentan con animales muertos (nevelot) y animales no aptos (terefot). Las personas pudientes abrieron sus corazones. Después que el presupuesto para el edificio quedó cubierto, comenzó la subasta de las camas, cada uno de los presentes donaba dos, otro diez, otros doce, etc. Terminando la colecta, fueron invitados a una gran reunión, estaba toda la ciudad para escuchar los resultados y la puesta en marcha de la obra. El Jafetz Jaim estaba allí, y todos los ojos se centraban en su pequeña figura. El Gaón compartía su alegría, principalmente, con los estudiantes de las Yeshivot. Uno de los millonarios quiso enturbiar toda esta santificación del Nombre de Hashem..., alzó su voz y preguntó con desvergüenza: “Rabino: ¿cuántas camas donaron los estudiantes que se encuentran a su lado? El Jafetz Jaim respondió: ¡Cada uno de ellos donó cincuenta camas!”.

 

 

¡Cincuenta camas…! ninguno de los millonarios había donado semejante. ¿Cómo podía ser que estos estudiantes, hijos de familias pobres, donaran tanto dinero? ¿De dónde pudieron haberlo conseguido? El Jafetz Jaim se dio cuenta de que había comenzado un murmullo, que obviaba que no creían lo que el gigante de la generación dijo, por eso continuó: “Así es, cada uno de ellos donó cincuenta camas, y tal vez más que eso. Porque las camas que ustedes donaron, sirven para recostar allí enfermos que, lamentablemente, muchas veces están agonizando, o que se están curando de sus dolencias, y quién puede saber, solamente Hakadosh Baruj Hu, cuántos de ellos se curarán de sus enfermedades. En cambio, estos estudiantes, se dedican a investigar y practicar todo lo que dice en la Tora, y ella nos salva y nos protege. Y por el mérito de su estudio, se enfermarán menos personas, y de esa forma estamos ahorrando camas o dejando de necesitar camas en el nuevo hospital… © Musarito semanal

 

 

 

 

 “Rabí Yosé Ben Kismá dijo: ‘Aun si me dieses toda la plata y todo el oro del mundo, no habitaría más que en un lugar de Torá’”.[8]

 

 

 

 

 

 

 

    1.Rashí

 

    2.Pirké Abot 1:2

 

    3.Bereshit 18:23

 

    4.Ídem 32:25

 

    5.Ver Rashí en el ver. 18:32

 

    6.Sanhedrín 17a

 

    7.Maasé Shehayá, pág 63

 

    8.Pirké Abot 6:10

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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