¿Sabes cuánto vale tU plegaria?

 

 

“Cuídate, no olvides a Dios... Quien te condujo por el grande y temible desierto, (lugar de) víbora, serpiente y escorpión...” (8:15).

 

 

La parte más solemne y sagrada de nuestras plegarias cotidianas es la Amidá (tefilá que se dice de pie), donde hablamos directa e íntimamente con nuestro Creador. Está escrito en el Talmud: “Aun si un rey lo saluda, el hombre no debe responder; incluso si una serpiente, cuyo veneno no es mortal, se enrosca alrededor de su talón, no debe interrumpir la Amidá”.[1] Si es un escorpión —cuya picadura puede resultar mortal— el que amenaza a la persona mientras está orando, debe interrumpir sus plegarias.[2] Explican los Jajamim que la serpiente inyecta un veneno “ardiente”, mientras que el veneno del escorpión es “frío”. Las pasiones y los deseos que la persona persigue en este mundo son comparados al ardiente veneno de la víbora. El veneno del escorpión es comparado a la frialdad y a la indiferencia que puede mostrar una persona. Así, puede interpretarse lo que dice el Talmud como: “Aun cuando una serpiente esté enroscada alrededor de su talón, no debe interrumpir”. Incluso cuando te sientas amenazado por un ardor venenoso, si en medio de tu plegaria te llegan pensamientos ajenos, ¡no debes interrumpir! Continúa rezando y pide a Hashem que te ayude a concentrarte. Si tu solicitud es sincera, ese calor profano se transformará en un fuego santo. Por otra parte, si te ves amenazado por el veneno de un escorpión, en ese caso debes detener tu plegaria, pues nada santo y positivo puede resultar de la frialdad que puede causar la indiferencia.

 

Cierta vez se presentó una persona ante el Maguid de Mezritch, y se lamentó de que, pese a sus esfuerzos, le resultaba muy difícil mantener la pureza de sus pensamientos. Todos sus intentos eran en vano; pensamientos ajenos llegaban a su mente sin que pudiera controlarlos. El Maguid le recomendó: “Creo conveniente que vayas a ver a Rabí Zeev de Zhitomir. Él te ayudará con tu problema”. El jasid empacó y partió. Cuando llegó a la hostería de Rabí Zeev ya había caído la noche; la casa estaba cerrada. El hombre golpeó a la puerta con fuerza, sin recibir respuesta. Esperó un poco y golpeó de nuevo, pero nada. Era una gélida noche. Angustiado, el judío gritó: “¿Acaso en este lugar no hay nadie que tenga compasión por un judío que se congela…?”. Su voz resonó y lo único que recibió por respuesta fue el eco de su propia voz. Horas después, el sol comenzó a mostrar sus primeros rayos. El hombre, que se había acurrucado en el quicio de la entrada, luchaba entre el frío y el sueño. De pronto, la puerta se abrió y él se levantó sobresaltado. La figura de un anciano lo invitó a pasar. Una vez dentro, le ofreció un té caliente y frazadas. El judío se quedó con Rabí Zeev varios días, pero el Rabino no le preguntaba en ningún momento a qué debía su visita, y al jasid le apenaba empezar la conversación. Después de algunos días, el huésped decidió retornar a su hogar. Entonces se acercó a Rabí Zeev y le informó: “He venido porque el Maguid me dijo que viniera a visitarlo. Pero hasta ahora todavía no entiendo el porqué….”. Rabí Zeev le dijo: “¿Recuerdas que te quedaste afuera la noche que llegaste a la ciudad? Te envió para que aprendas que el hombre es el dueño de su casa, y a quien no quiere, no le permite entrar...”.

 

Cuando la persona tiene que luchar contra la indiferencia, aun si sólo la siente en su “talón” (el talón es la parte más alejada del cerebro), debe hacer una pausa y vencer primero aquello que lo está enfriando, antes de poder continuar. ¡Podemos controlar nuestros pensamientos! Todo yehudí posee una chispa Celestial en su alma. Esta chispa tiene la fuerza para encender un fuego tremendo; lo único que necesita hacer es acercar algo que sea combustible, algo que produzca entusiasmo. Una vez encendido, ese fuego debe mantenerse permanentemente, igual que el fuego del Altar en el Bet HaMikdash.

 

¿Por qué el yétzer hará se empeña en distraernos a la hora de la tefilá? Porque sabe que con ella podemos llegar hasta el Trono Celestial. Dijo Rabí Eliézer: “Son más grandes los méritos conseguidos con las plegarias que con las buenas acciones”.[3] Lo aprendemos de Moshé Rabenu. ¿Acaso hay un yehudí que tenga mejores acciones que el más grande de los profetas? Y sin embargo, Hashem le respondió cuando le suplicó, y no mediante la acción: ¡Basta!, le dijo Hashem. Ya no sigas con ese asunto. Asciende a la cima del Monte Pisgá y mira con tus propios ojos, pues no cruzarás al otro lado del Yardén.[4] Vemos que, de continuar con la plegaria, podía haber conseguido su propósito.

 

Cierto día, la gente de Alejandría preguntó a Rabí Yehoshúa Ben Janiná: “¿Qué debe hacerse para lograr sabiduría?”. Les respondió: “Aumentar el estudio y aminorar el trabajo”. Le dijeron: “Pero muchos lo hicieron y no les funcionó”. Entonces les respondió: “Lo que deben hacer es pedir misericordia a Quien pertenece toda la sabiduría”.[5] ¡Otra prueba de que con la plegaria se consigue más que con los hechos…!

 

Si tuviéramos conciencia de lo que valen nuestras tefilot, ¡viviríamos para hacerlas! El problema es que no les damos la importancia que realmente tienen.

 

Un rico empresario necesitaba hacer un largo viaje, por lo que encomendó a uno de sus sirvientes: “Cuida toda mi riqueza como corresponde. Pero, sobre todo, quiero que cuides esta habitación, porque en ella se encuentra lo más preciado que poseo”. El sirviente cumplió la orden, pero un día le ganó la curiosidad y decidió investigar qué tan valioso era lo que estaba custodiando. Ingresó a la habitación y encontró varias cajas que contenían oro y piedras preciosas de un valor incalculable. Ahora entendía la preocupación de su amo. Sin embargo, las joyas estaban llenas de barro y polvo, lo cual depreciaba su valor. El sirviente pensó: “¡Qué contradictorio es mi amo! A mí me exige cuidar celosamente su tesoro, ¡y él deja que se llene de polvo y barro…!”.

 

El Jafetz Jaim comenta que, si bien la persona será juzgada en el Tribunal Celestial por las actitudes de su vida, se le dará un seguimiento detallado para analizar cuál era el sentimiento de su corazón mientras cumplía con las ordenanzas de la Torá. Dichosos serán aquellos que en la vida amaron en forma sincera la voluntad de Hashem. Ese corazón es el tesoro más limpio y puro que pueda existir. Pero lamentablemente a veces el Tribunal Celestial encontrará polvo, barro y otros elementos incompatibles con el amor a Hashem. ¡La vergüenza cubrirá a la persona en ese instante! Por eso pedimos a Hashem: “Amo del Mundo: haz que nuestro corazón posea sólo amor hacia Ti, sin ningún tipo de mezcla con las vanidades del mundo”. Esto solamente se puede lograr valorando aquello que poseemos. Hashem nos regaló un hermoso tesoro, que es la tefilá; saber que tenemos ese gran mérito debe provocarnos un gran entusiasmo de vivir con Torá, cumpliendo con los deseos de Hashem ante cualquier circunstancia.©Musarito semanal

 

“Una olla es para refinar la plata, y un crisol para el oro. Así es la alabanza para el hombre, a quien pone a prueba.[6] Así como el crisol determina la pureza del oro, la del hombre se determina según su alabanza. Si puede concentrarse en su rezo con temor, amor y alegría a Hashem, se reconoce que su alma es pura.”[7]

 

 

 

 

[1] Berajot 30b.

 

[2] Ibíd. 33a.

 

[3] Ibíd. 32b.

 

[4] Debarim 3:26, 27.

 

[5] Nidá 70b.

 

[6] Mishlé 27:21.

 

[7] Pele Yoetz, “Teshubá”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

.

 

© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.