¿Para qué esforzarnos por cosas que son perecederas?

 

 

“Pues la tierra a la cual tú te diriges para conquistarla, no es como la tierra de Egipto… donde se sembraban las semillas y las regabas tú mismo, como en un huerto. En tanto que la tierra hacia la cual ustedes cruzan para conquistarla… de la lluvia del Cielo beberán agua” (Debarim 11:10, 11)

 

 

Moshé aclara al pueblo lo que Hashem quiere de ellos: que lo amen, le sirvan con todo el corazón y toda el alma, cumpliendo sus mitzvot. La grandeza de Hashem, manifestada por medio de hechos como la liberación de Egipto, el milagro del Mar Rojo, las experiencias en el desierto, los castigos milagrosos impuestos a Koraj, Datán y Abiram, deberían ser suficientes para asegurar la observancia y el cumplimiento de los preceptos. Hashem les asegura una abundante cosecha, con las lluvias necesarias. Pero si el pueblo no obedecía, cesarían las aguas del Cielo.

 

Preguntan los Jajamim: “¿Cuál era la ventaja que tenía la Tierra de Israel sobre Egipto? Allá los campos se regaban por medio del agua del río Nilo, y ahora debían depender de las lluvias.

 

Cierta vez, los alumnos de Rabí Shimón bar Yojai le preguntaron: “¿Por qué el man no caía una vez al año?”. El Rab les respondió por medio de una parábola: “Esto se compara a un rey de carne y hueso que tiene un hijo. Desde que nace, le provee de todo una vez al año, lo cual provoca que solamente vea a su hijo una sola vez en el año. Insatisfecho por no ver más seguido a su hijo, le provee diariamente; así puede llamarlo cada día. Lo mismo sucede con Am Israel. Quien tiene cuatro o cinco hijos puede preocuparse y decir: ‘Quizás el man no caerá mañana, y todos moriremos de hambre’. Por tanto, están forzados a voltear a ver a Su Padre y rogarle día a día”.[1]

 

En Egipto, el agua no paraba de brotar. El constante flujo les negaba la oportunidad de darse cuenta de que dependían de Hashem, y así se privaban de hacer tefilá constantemente. La bendición de vivir en Éretz Israel y tener que esperar el agua del cielo hizo que ellos siempre miraran hacia arriba, hacía su Creador, y le rogaran por su sustento. Una relación constante con Hashem es una agradable bendición.[2]

 

El hombre debe trabajar para ganarse la vida, a consecuencia del pecado de Adam. Pero estaría bien recordar que el esfuerzo suplementario no nos traerá más de lo que fue decretado que tengamos. Está escrito: “Todas las ganancias de la persona están designadas para ella desde Rosh HaShaná, excepto los gastos que realice para el estudio de la Torá, en honor a Shabat, Rosh Jódesh y Yom Tob”.[3] Si el esfuerzo suplementario fuera dirigido a mejorar nuestra vida espiritual mediante el estudio de la Torá las y buenas acciones, nuestras finanzas no sufrirían y nuestra vidas espiritual sería más rica.[4]

 

Uno de los maestros jasídicos vio a un hombre corriendo en la calle. “¿Por qué estás tan apurando?”, preguntó. “Estoy corriendo tras mi sustento”, contestó el hombre. “¿Cómo sabes que tu parnasá está en esa dirección? Quizá estás corriendo en la dirección opuesta, y estás realmente escapando de ella.” Una y otra vez pensamos que algo nos traería provecho y no fue así en absoluto, y por el contrario, algún ingreso provino de fuentes totalmente inesperadas.

 

Rabí Yejezkel Levenstein, que durante sus últimos años fue el Mashguíaj (director espiritual) de la Yeshibá de Ponovitch, tuvo una juventud muy difícil. Cuando Yejezkel cumplió la edad de su bar mitzvá, su padre lo llevó con un florista en el pueblo para que ganara dinero llevando y trayendo cosas. El joven trabajó con diligencia llevando flores y plantas a casa de quienes las habían encargado. Y empezó a ahorrar cada céntimo de lo que ganaba en propinas. Un viernes por la tarde, salió del baño público y descubrió que todo su dinero había desaparecido. ¡Habían robado de su bolsillo el sueldo de toda la semana! Había trabajado mucho para ganar ese dinero, pero ahora que había desaparecido, observó el acontecimiento con una filosofía y una madurez que no era típica de su edad. “Si así es el dinero, que se puede perder en un solo segundo, entonces no vale la pena desperdiciar mi vida por ello”, dijo. Este acontecimiento le enseñó que las aspiraciones materiales del hombre no tienen valor, y fue en aquel momento que tomó una decisión: dedicaría su vida a adquirir la sabiduría de la Torá, e iría a estudiar en una Yeshibá. Abandonó su trabajo y se mudó a Radín, adonde estudió bajo la guía del más grande sabio de su generación, el Jafetz Jaim, y bajo la dirección espiritual del Mashguíaj, Rabí Yerujam Levovitz.[5]

 

Todo hombre judío está obligado a dedicar una determinada cantidad de tiempo para buscar su manutención y otra para sus necesidades corporales; y otra, que debe ser la más importante, para el estudio de la Torá. Tanto si es joven o viejo, sano o enfermo, empleado o desocupado, debe evitar las excusas: “Estudiaré en cuanto encuentre un tiempo libre”, pues nunca encontrará ese tiempo. Nadie puede adivinar lo que sucederá mañana. Corriendo de un lado para otro buscando el sustento, repentinamente uno se da cuenta de que la vida se le ha escurrido entre los dedos y que perdió la oportunidad…[6]

 

Un zorro encontró una viña cercada por los cuatro costados, excepto por un hueco. Quiso entrar por él, pero no lo logró. ¿Qué hizo entonces? Ayunó tres días; adelgazó tanto que pudo pasar por el hueco. Una vez adentro, comió tanto que engordó. Cuando quiso salir, no pudo hacerlo. Volvió a ayunar otros tres días hasta que adelgazó como antes, y logró pasar por el hueco. Una vez afuera, volvió la cabeza hacia la viña y dijo: “¡Oh, viña, viña! ¡Qué buena eres, y qué sabrosos son tus frutos! Todo lo que hay en ti es hermoso, pero, ¿qué placer hay en ello? Tal como se entra a ti, así es también este mundo.[7] Así como salió del vientre de su madre, desnudo, el hombre volverá a irse como vino, y no recibirá nada por su esfuerzo (material) que pueda llevar en su mano”.[8]

 

Entonces, ¿para qué correr desesperados en el maratón mundial en busca de la riqueza y los honores? Es mejor tener un pedazo de pan seco acompañado de tranquilidad que una casa llena de festejos en un medio conflictivo.[9] “La serenidad interior es la esencia del verdadero éxito en la vida, y esto puede alcanzarse aunque sólo se disponga de un pedazo de pan seco.”[10] “Hay quienes fingen ser ricos, pero no tienen nada. Hay quienes fingen ser pobres, pero en realidad tienen grandes riquezas.”[11] En la actualidad, la gente conoce el precio de todo y el valor de nada.

 

Un hombre organizó una fiesta. Había un hombre pobre que ansiosamente esperaba su invitación. Esperó y esperó hasta que el hambre superó su paciencia y buscó por toda su casa; encontró pan duro y cebollas. Cuando terminó, llegó la invitación. Al llegar al banquete encontró suculentos platillos. Probó de aquí y de allá, y no sentía placer por ninguna de las delicias. Todas tenían un sabor amargo. Comenzó a quejarse y el anfitrión se le acercó y le preguntó: “¿Qué pasa? ¿Acaso algo anda mal?”. Todavía no le respondía y se percató del fuerte olor a cebolla. Entonces le dijo: “Tú tienes la culpa. Recuerda los toscos platillos que comiste antes de venir”.

 

Hay gente que dedica toda su vida a deleitarse con los placeres momentáneos. No es una sorpresa que no goce de las enseñanzas de la Torá. ¿Hasta cuándo, simples, amarán la simpleza?[12] Shelomó HaMélej pregunta a los que son arrastrados por sus deseos: “¿Cuándo van a dejar de pensar que todo lo que quieren es correcto y no ven nada malo en sus anhelos?”. Si no fuera porque sus deseos los ciegan, se darían cuenta del grave error que están cometiendo y no corromperían sus pensamientos.

 

Otro enfoque que podemos dar al versículo de referencia es que en la tierra de Egipto tenían que acarrear el agua del río hasta las partes más altas. Con este sistema de riego, había lugares que recibían más agua y otras que casi siempre estaban secas. Por el contrario, las tierras de Israel se regaban con el agua de la lluvia; todos los lugares, incluso los rincones más inaccesibles, quedaban empapados sin necesidad de invertir ningún esfuerzo…

 

Ningún logro está en manos del hombre. Solamente Dios decide a quién va a otorgar la habilidad de conseguir el éxito y Él decreta si prosperará o no. Hay una sola área donde podemos aplicar el libre albedrío para concretar nuestra realización: si tememos a Hashem o no. Por tanto, debemos hacer que nuestra ocupación material se convierta en algo secundario, porque no depende de nosotros, y dedicarnos a lo que sí nos compete, que es cumplir con la voluntad de Hashem.©Musarito semanal

 

“Y vi que no hay nada mejor para una persona que regocijarse con sus acciones, pues ésa es su porción. Pues, ¿quién la llevará para ver qué ocurrirá después de ella?”[13]

 

 

 

 

[1] Yomá 76a.

 

[2] Dagán Shamaim Al Maséjet Rosh Hashaná.

 

[3] Betzá 16a.

 

[4] Viviendo cada día, pág. 44, Rab Abraham Twerski.

 

[5] Relatos  de Tzadikim, G. MaTov, vol. 5, pág. 102.

 

[6] Jinuj.

 

[7] Kohélet Rabá 5, 21.

 

[8] Kohélet 5:14.

 

[9] Mishlé 17:1.

 

[10] Malbim.

 

[11] Mishlé 13:7.

 

[12] Idem 1:22.

 

[13] Idem 3:22.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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