El cantar de los cantares
1.17 “Korót Baténu Arazím, Rahitenú Berotím”.
“Las vigas de nuestra casa son de cedro, nuestro techo de cipreses”.
En Breve:
La casa que preparaste para que habitemos allí, tenía vigas de madera de cedro y la parte alta de la casa que unía las habitaciones estaba hecha con madera de cipreses.[1]
Profundizando:
El Mishkán (Santuario) que acompañaba al campamento de Israel, durante el peregrinaje por el desierto, fue construido conforme al modelo Divino y simbolizaba Su Presencia dentro de Israel. Para erigirlo, Moshé solicitó a cada uno una aportación. Los integrantes del pueblo entregaron a Moshé metales preciosos, telas finas, pieles tratadas, lana, aceite, especies, incienso y piedras preciosas en calidad de Terumá (donativo).[2] Después de que acopiaron los preciosos elementos, el Creador ordenó construir el Arón (Arca), el Shulján (la Mesa), la Menorá (el candelabro) y las Yeriot (las cortinas). Finalmente pidió que se hicieran los maderos, con los cuales se harían las paredes del Mishkán, que son las que hace alusión el versículo de referencia.
Llama la atención que el Todopoderoso haya elegido para la construcción y revestimiento del Mishkán, componentes que son utilizados como símbolo del materialismo. ¿Acaso no hubiese sido más adecuado utilizar elementos más comunes en lugar de brillantes metales, pieles, maderas y piedras preciosas como muestra de sencillez?
La respuesta es que la simplicidad no se encuentra en los materiales sino en las personas que los usan. Se pueden usar las ropas más sencillas y estar poseído por la altivez… La belleza, la pureza y la nobleza de los materiales son cualidades neutrales. El Creador dotó al ser humano con la creatividad y la capacidad de diseñar y construir, de utilizar todos los recursos que se encuentran a su alcance para producir objetos mundanos, o transformarlos en herramientas espirituales con las cuales servir al Todopoderoso. Del mismo modo, toda la esencia del Mishkán que construyó el pueblo judío en el desierto debía estar hecho con un corazón y un alma generosos. Porque solamente de esa manera el metal y la madera podían transformarse en un espacio espiritual, y únicamente de esa manera el Creador podría residir en él.
Enseñanza ética:
Harás los maderos para el Tabernáculo de madera de acacia.[3] ¿De dónde sacaron los troncos de cedro[4] para la construcción? Recordemos que se encontraban en medio del desierto, allí la vegetación es escasa y raquítica, sólo crecen cactos espinosos.
Ra”shí pregunta ¿Por qué dice harás los maderos, la Torá simplemente debió haber dicho harás maderos, como se expresa con respecto a cada uno de los demás implementos del Tabernáculo? Se refiere a unos maderos que ya habían sido asignados para este propósito. El Midrash nos revela que desde que Ya’acob Abinu bajó a Egipto, vislumbró por medio de inspiración profética que los hijos de Israel estaban destinados a construir el Mishkán en el desierto, y para este fin llevó consigo semillas de árboles de acacia a Mitzrayim, mismas que obtuvo cuando fue a Beer-Sheba en el trayecto al encuentro de su hijo Yosef. Él fue a recolectar las semillas de los árboles que había sembrado Abraham, su abuelo allí; sabía que las vigas con las cuales se construyó el Santuario no podían ser de madera ordinaria. Para construir un Santuario, hacen falta vigas que provengan de especies cuyas raíces sean de una calidad excepcional.[5] Recién llegado a Egipto, las plantó y delegó a sus hijos para que las llevasen consigo cuando salieran de allí.[6] Pasaron doscientos diez años y los hijos de Israel fueron liberados del yugo del Faraón, recordaron la encomienda del patriarca, cargaron con los troncos y los arrastraron por el desierto; con los hijos de Israel cruzaron el mar, y por donde iba el pueblo los maderos los acompañaban, hasta que el Creador solicitó la construcción del Tabernáculo.
El mensaje que Ya’acob quiso legar a sus descendientes es que cada uno está “hecho” de una madera valiosa, pura y sagrada. Al igual que el cedro que es más alto que cualquier otro árbol, debían sentirse orgullosos de sus raíces. La digna herencia de nuestros padres es una de nuestras posesiones más preciadas, símbolos de valores eternos. Su porte robusto, su envergadura y sus gruesas ramas nos protegen por todas las generaciones. No debemos nunca desestimar nuestro origen. Además de mirar hacia adelante, nunca debemos dejar de mirar hacia atrás. ¿De dónde vienes? ¿Quiénes fueron y cómo vivieron los que te antecedieron en la vida? Cada uno de nosotros posee una fuerza mística enorme, esta viene grabada en nuestros genes espirituales. Una luz que arde en nuestros corazones a lo largo de los milenios. Una luz que jamás podrá extinguirse, una luz que brilla en forma milagrosa. El camino para algunos está bien iluminado; para otros solamente está esperando ser descubierto, para conducirlos de regreso a sus raíces, a su herencia.[7] Y el abrir la puerta para encontrar el camino no es algo tan difícil como aparenta:
Está escrito que cuando Shelomó erigió el Bet HaMikdash intentó meter el Arca Sagrada al Sanctasanctórum, pero las puertas estaban cerradas y no se abrían para él. El Rey Salomón empezó a rezar y entonó himnos de alabanza hacia el Creador del mundo, pero las puertas permanecían cerradas. Entonces Shelomó elevó su voz y ordenó: “¡Ábranse, puertas! ¡Permitan que el Señor de los Ejércitos entre!”. Aun así, las puertas permanecían cerradas. Desesperado, Shelomó gritó: “¡D-os Todopoderoso, recuerda la rectitud de David, mi padre!”. Instantáneamente las puertas se abrieron y el Arca Sagrada fue introducida al Santuario.[8]
Por eso el Creador nos ordenó: ¡Las maderas que cargaste sobre tu espalda desde que saliste de Mitzrayim son sagradas! Sí, esas tablas pueden ser transformadas en la atributo de tus ancestros; la continuidad del pueblo de Israel pende solamente del tener presente sus enseñanzas y tradiciones, estas constituyen el cerco para salvaguardar la integridad de lo más sagrado que posee la congregación de Israel, ¡la Torá!, La eternidad de la nación por sí sola no es suficiente. No es sólo recordarlos, cada uno de nosotros debe poner su parte para estudiarla, cumplirla y hacer que la sabiduría y sus enseñanzas se propaguen por todo el mundo y de nosotros depende que nuestras tradiciones se conserven para siempre.
Cerramos el primer capítulo del Shir HaShirim con la enseñanza de nuestro patriarca Ya’acob: Aun que sus hijos poseían los recursos para enviar mensajeros a algún país vecino para conseguir madera fresca, ordenó que cargaran pesadas maderas durante 200 años, para que aprendan que las vigas de nuestra casa son de cedro, en cada una de las generaciones, la meta de los jóvenes es construir sus propios hogares. A menudo las jóvenes generaciones se aclimatan a las ideas y los ideales modernos. Para demostrar su progresismo, traen su modernidad a sus hogares y desgraciadamente se apartan ellos mismos del camino apropiado de la vida de Torá. Aquellas tablas antiguas reflejan los "estilos", o sea la tradición y herencia de nuestros antepasados ellas deben ser el techo y el sostén del verdadero hogar judío. Este hogar es un Santuario en miniatura en el cual Hashem desea morar y es la garantía de la continuidad del pueblo de Israel, de ti y solamente de ti depende que se conserve íntegro hasta la llegada del Mashiaj. ©Musarito semanal
“Serás como los árboles, abrazaras al sol sin olvidar jamás tus raíces”.
[1] Metzudat David
[2] Shemot 25:3
[3] וְעָשִׂיתָ אֶת־הַקְּרָשִׁים לַמִּשְׁכָּן עֲצֵי שִׁטִּים עֹמְדִים Harás los maderos para el Tabernáculo. Shemot 26:15
[4] El Talmud afirma que la acacia pertenece a la familia de los cedros. La madera de este árbol es muy ligera, resistente, y no absorbe la humedad; Rosh Hashaná 28a
[5] Bereshit Rabbá 84
[6] Ver Ra”shí, Ver también el Midrash Tanjumá 9.
[7] Rebetzin Esther Jungreis
[8] Dibré HaYamim II 6:42