El cantar de los cantares
1.9 “Lesusatí Berijbé Far‘ó Dimitíj Ra‘yahatí.”
“A la majestuosa figura de la yegua del carruaje del faraón, te he comparado, oh mi compañera.”
En Breve:
En este versículo se rememora el amor entre el Creador y Su pueblo querido, Él les dice: Tú eres como un corcel que resalta de entre los admirables jinetes del Faraón; te comparé, Mi amada, con ellos.
Profundizando:
Shelomó Hamélej compara en este versículo la belleza de Israel con la fastuosa estampa de la yegua del Faraón.[1] La raza de caballo árabe egipcio es hasta nuestros días la familia más buscada y mejor cotizada para la actividad ecuestre, son animales con excelentes características físicas, son veloces, resistentes y muy ágiles. El ejemplar que arrastraba el carro del Faraón era un animal selecto de entre todas las mejores cabalgaduras de su época. Te he comparado: en este versículo el Todopoderoso enfatiza la fidelidad y buenas cualidades de la nación judía, la alaba sobre todos los demás pueblos de la tierra.[2]
El autor utiliza una forma femenina Susatí (yegua), puesto que es costumbre de los reyes utilizar este género para su montura debido a que los potros poseen un carácter fuerte, la hembra es más maniobrable en su trote,[3] posee además el estado de alerta necesario para los asaltos de las guerras. El ‘Am Israel fue elegido entre todas las naciones, y aún entre las más selectas de ellas, gracias a su comportamiento leal y abnegado, muestra siempre una buena disposición y sirve diligentemente al Creador en forma íntegra, sumisa y humilde.
Enseñanza ética:
Parecería que la insinuación que se formula el hombre más sabio del planeta en el versículo, y en la mayoría de esta magna obra, es la postura de que los judíos de alguna manera están más cerca del Creador que todas las demás naciones del mundo. Esta postura se percibe arrogante, elitista y muestra cierto prejuicio racial. ¿Acaso es esta la representación figurativa que el rey Shelomó deseó mostrar sobre Israel?
En un principio, toda la humanidad fue creada con el propósito de conducirse en base únicamente al rigor de la ley, emulando así la cualidad Divina de la Justicia Estricta. Con el correr del tiempo, el hombre degeneró su comportamiento y se convirtió en un ser corrupto y violento, actos que provocaron que sucumbiera en el Diluvio Universal. El Creador decidió otorgar a la humanidad una nueva oportunidad, sin embargo, olvidaron la lección del pasado y se rebelaron de nuevo contra Él y en lugar de aplicar la Justicia estricta para castigarlos y aniquilarlos, utilizó Su cualidad de la Misericordia. Así fue que cambió sus lenguajes y de esta manera se separaron y dispersaron y así se originaron las naciones del mundo. Pasaron diez generaciones desde Nóaj hasta Abraham. Desde muy pequeño, Abraham se cuestionaba sobre el origen y funcionamiento del universo, razonó y llegó a la conclusión que debía existir un Creador Sabio y Omnipotente. A partir de entonces, dedicó su vida a divulgar el conocimiento de Su Existencia y Participación en la conducción del Mundo. Mostró al hombre que cada persona y persona constituye un testimonio vivo de Su Existencia.[4] Fue entonces que el Eterno lo eligió para formar una nación la cual debía convertirse en el arquetipo del ser humano; sus descendientes serían un medio para vincularse con Él y a partir de entonces se convirtieron en un modelo de vida y propósito.[5] El Ser Supremo les otorgó un instructivo donde se detallan los derechos y las obligaciones, los estatutos y las normas de justicia ética y moral para que el hombre pueda dar cumplimiento a su misión en este mundo. Esta es la idea de pueblo elegido, una nación de individuos a los que se les ha dado la oportunidad de sentir la proximidad del Creador, oír Su verdad, proclamar, enseñar y difundir Su existencia.
¿Acaso cabría pensar que semejante responsabilidad pudiera conducir a la arrogancia…? Si se tiene claro el real significado del encargo conferido, se sobreentenderá la enorme responsabilidad y el compromiso adquirido. Solamente quien sabe reconocer lo que le debe al Creador en virtud de Su gran favor y bondad, Lo servirá con un sentimiento de insignificancia y sumisión, será diligente y hará valer Su Voluntad solamente para magnificarlo y exaltarlo en forma incondicional como consecuencia del conocimiento y la conciencia que posee de Él.[6] Decir que el concepto judío de ser el pueblo elegido es etnocéntrico es una idea absurda por la sencilla razón que cualquier persona, independientemente del grupo étnico donde provenga, puede convertirse al judaísmo y ser parte de la misma etnia.
El Rabino Yekutiel Yehudá Halberstam, mejor conocido como Rebe de Klausenberg, perdió a su esposa y a sus once hijos durante la Segunda Guerra Mundial. El Rebbe fue llevado desde Auschwitz a Varsovia como parte de una cuadrilla de ´esclavos´ que eran utilizados para desmantelar los edificios que eran alcanzados por las bombas que arrojaban los aliados. Las tareas consistían en acarrear los escombros de los inmuebles caídos sin herramientas ni equipo de carga, sin importar edad, genero, el estado de salud, todo aquél que se atrevía a cesar la labor era inmisericordemente golpeado por los nazis, muchos murieron de agotamiento durante estos eventos.
Un día, mientras el Rebbe y sus camaradas prisioneros estaban trabajando en lo alto de un edificio, una fuerte tormenta se desató sobre sus cabezas. Pese al frío, el viento y el granizo que los golpeaba, los opresores los obligaban a continuar con la faena. Una de las pobres, exhaustas y empapadas víctimas increpó con dolor al Rebbe: “¿Acaso va usted a continuar proclamando y regocijándose de ser integrante del ´pueblo elegido…´?”.
El Rebbe respondió: “Hasta este día yo, en verdad, no decía: ´Tú nos has elegido´ con la debida devoción, pero la próxima vez que recite en la noche de Pésaj: ´Tú nos has elegido entre los pueblos´, lo diré con mucho más fervor. Estaré absolutamente extasiado”. El rostro del interlocutor delataba escepticismo y entonces le dijo el Rebbe: “Si no fuese por el hecho de que estudiamos y cumplimos las leyes ordenadas en la Torá, probablemente yo, tú o cualquiera de nosotros podría comportarse como cualquiera de nuestros captores, ¡¿Acaso no es su cultura considerada la élite más avanzada y moralista de la sociedad?! Es mejor para mí estar en mi situacigón que ser uno de ellos, ¡Venturosa es mi suerte…!”.[7]
A la majestuosa figura de la yegua del carruaje del Faraón, te he comparado, oh mi compañera. Así percibió el rey Shelomó la forma en que el Todopoderoso mira a los hijos de Israel: son fieles, íntegros, obedientes, disciplinados, tienen el temple, el coraje, la resistencia y la habilidad natural para soportar y atravesar todo tipo de terreno, confía y se deja “conducir” por su diestro Jinete…(D-os).
Cuando el Bet HaMikdash estaba en pie se respiraba santidad y pureza, y la integridad de las personas, el trabajo de los Cohanim aunado a las plegarias, el sacrificio por la Torá y sus preceptos provocaba una Revelación de la Presencia Divina. Querido lector: tú posees esta y muchas más virtudes con las cuales puedes acercarte más a la fuente de Santidad, lo único que necesitas es desear volver al estatus de tus ancestros, busca, indaga en las sagradas escrituras, pide al que todo lo tiene y todo lo puede: Hazme volver a Ti, oh Eterno, y retornaremos. Renueva nuestros días como antaño.[8] ©Musarito semanal
“Hijos son ustedes para [ante] el Eterno.[9] El pecado más grande que existe es que el Yehudí olvide que es hijo del Rey”.[10]
[1] Metzudat David
[2] Ídem
[3] Metzudat Tzión
[4] Ver el Rambam al principio de las Halajot de Abodá Zará
[5] Basado en la opinión del Rab Shimshón Rafael Hirsh
[6] Jobot Halebabot, tercera sección, capítulo cuarto.
[7] Extraido de Revista Judaica.
[8] Ejá (Lamentaciones) 5:21.
[9] Debarim 14:1
[10]Rab Shelomó de Karlín