El cantar de los cantares
1.2 “Yishakéni Mineshikot Pihu Ki Tobim Dodeja Miyáyin.”
“Que me bese [Hashem] con los besos de Su Boca. Pues mejores son Tus amores que el vino”.
En Breve:
Comienza el rey Shelomó figurando al pueblo de Israel como a una mujer desolada y afligida; con nostalgia evoca los felices momentos cuando residía con su amado esposo, el cual es personificado por el Creador. Ella se lamenta o consuela en el presente, evocando el pasado o soñando con el futuro,[1] suponiendo que Él anhela también el reencuentro
Profundizando:
La mujer a la que se refiere el versículo es la nación de Israel que, en los tiempos de la diáspora, se siente sola y expatriada. El versículo rememora la cercanía del Creador hacia ella, añora la época donde Abraham Abinu revela al mundo la existencia de un Creador, recuerda las amargas vivencias de la esclavitud y los gloriosos tiempos de la salida de Egipto, el éxodo, la entrega de la Torá en el Monte Sinai, así como la preciosa época del Bet HaMikdash en su esplendor. Simultáneamente se lamenta del presente estado de exilio en el que se halla por lo que ansía el reencuentro con su Amado en la Tierra prometida. Lo único que la mantiene viva es el recuerdo de la gloria de aquellos días, el intenso anhelo de volver a vivirlos y una firme esperanza de que el amor del pasado vuelva a ser como antes.[2]-[3] La emoción más sublime que vivió Israel fue cuando recibió la Torá. Esta fue la máxima revelación del vínculo entre su Creador y ella; allí la nación entera se comprometió con Él y entró en Su Pacto con todas las responsabilidades que esto implica. Ha sido este el momento más transcendental de la existencia de la nación judía, y por este motivo, Israel busca inmortalizar y reestablecer por siempre ese acontecimiento, ya que fue, es y será el deleite espiritual más grande que existe.
Enseñanza ética:
Que me bese de [con] los besos de Su boca. Un beso se caracteriza por una unión entre dos seres que se aman. Shelomó HaMélej eligió esta metáfora para ejemplificar el episodio de la entrega de la Torá al pueblo de Israel, hecho que creó un nexo entre el Todopoderoso y la humanidad. Por medio de este acto, Él manifestó el enorme cariño que profesa hacia todas sus creaturas por medio de la Torá y Mitzvot que entregó a Israel.[4]
…porque mejores son Tus amores que el vino. En esta parte del versículo Shelomó enfatiza que Israel se empeña en proclamar que los cariños de su Amado son más queridos que cualquier otro placer mundano. Explican los Jajamim que todo amor que depende de algo, una vez que desaparece la causa, el sentimiento también cesa. Y todo amor que no depende de nada, no termina jamás. Un amor que llega por medio del vino no es un amor verdadero; se va el efecto embriagante y, con él, desaparecen también el placer y el sosiego que sentía la persona mientras se encontraba bajo sus efectos. El amor verdadero es generoso, altruista, actúa sin buscar el interés personal, por eso le decimos al Creador: “Nuestro amor por Ti no es como los amores que llegan por el vino o como cualquier otro placer mundano. A Ti te amamos profunda e incondicionalmente”.[5]
La cercanía al Todopoderoso es el único "bien" verdadero que existe. Todos los demás "bienes" no son más que medios para poder llegar a Él. La felicidad es un barómetro que sube y baja según la cercanía que uno tenga con Él. Todos los placeres del mundo son como la nada comparados con el intenso placer de la unión personal con el Creador.[6] Abraham Abinu desafió a toda la humanidad demostrando la existencia de Hashem, luchó férreamente en contra de los idólatras, quienes practicaban sacrificios humanos hacia el Mólej y repentinamente Hashem le solicita que sacrifique a su hijo Yitzjak.… En virtud del amor infinito e incondicional que sentía por su Creador adquirió la fuerza espiritual para sortear varios y difíciles obstáculos que se le fueron presentando en el camino. Nada lo detuvo para llegar a cumplir Su Voluntad, debió hacer un gran sacrificio, doblegando a su instinto y voluntad personal para lograr alcanzar esa meta. Este amor incondicional se lo transmitió y lo dejó arraigado a su hijo Yitzjak y a su descendencia, como expresa el versículo: Pues [dice Hashem] lo he amado, porque él ordenará a sus hijos y a su casa después de él que conserven el camino del Eterno…”.[7]
La fuerza y energía que sembró en el corazón de su hijo fue tan fuerte y grande que cuando llegó el momento de ser sacrificado no hizo falta que lo convenciera, por el contrario, fue él quien le indicaba al padre hacerlo de la mejor manera posible para cumplir así la Voluntad Divina. No importa cuán difícil parezca una Mitzvá, pues si uno la observa con una sonrisa, con alegría y ganas, podrá cumplirla durante toda su vida y también la transmitirá a las generaciones venideras… ¡Este es el legado que recibimos de nuestro patriarca Abraham!
Rab Moshé Fainstein encontró a un judío adinerado cuyo padre emigró a los Estados Unidos mucho antes de que existieran las leyes que dan garantías en el mercado laboral a las personas que observan el Shabbat. El hombre relató al Rab cómo su padre fue ingeniándoselas para ir de trabajo en trabajo. Cada semana lo despedían de su empleo debido a que no se presentaba a laborar el día sábado. Pero fue persistente y nunca traspasó las leyes del Shabbat. Sin embargo, su hijo no continuó el camino de la observancia religiosa.
Rab Moshé preguntó a este hombre: “¿Cómo puede ser que tu padre observó todos los preceptos (Mitzvot) con gran sacrificio, y ahora tú no sigues sus pasos?”. El hombre de negocios contestó con completa honradez: “Es cierto que mi padre jamás transgredió un Shabbat, o dejó de rezar con un Minián. Yo lo observaba y, antes de cumplir cada Mitzvá, gemía: ‘¡Qué difícil es ser un judío observante! ¡Otra vez perdí mi empleo! ¡Ni modo, tendré que comenzar de nuevo…!’. Después de oír durante tantos años las quejas de mi padre, decidí que la carga sería para mí demasiado pesada como para aguantarla. Decidí entonces que nunca sufriría por la observancia religiosa”.
Un progenitor es como un sol y el hijo es como la luna. Mientras el hijo depende del padre, va a reflejar su luz. Dependiendo del esfuerzo que invierta en el vástago, esa luz reflejada en la mente del niño se verá muy intensa u opaca. La naturaleza de la luz es que nunca se separa de su origen. Si tenemos una lámpara encendida, toda la habitación estará iluminada; si la lámpara se apaga, la luz cesará. Así, cada generación debe mantenerse unida a la que le precedió. Por eso es tan importante que los padres creen esos puentes de unión entre quienes los precedieron y los que han de venir. Y serán las palabras éstas, que Yo te encomiendo hoy, sobre tu corazón, y las enseñaréis a vuestros hijos, y hablarás de ellas cuando te encuentres en tu casa y cuando vayas por los caminos...[8] ¿A qué se refiere con ‘y las hablarás’? es decir, por medio del ejemplo personal.[9]
La conclusión de todo lo expuesto nos ayuda a comprender cómo debemos educar a nuestros hijos: inculcándoles el amor y cariño por el Todopoderoso y las Mitzvot que Él nos ordenó. Cuando el hijo ve a su padre levantarse por la mañana para ir a Bet HaKenéset para pronunciar las plegarias del día con alegría y emoción, cuando lo ve disfrutar del Shabat o cuando lo ve tomar un libro de Torá y saborear cada palabra… entonces y solo entonces, al hijo le quedará grabado el legado de amor por las Mitzvot que recibimos de nuestro patriarca, …porque mejores son Tus amores que el vino. Pero si el vástago observa en sus padres fastidio pesadez y cansancio para cumplir las Mitzvot, seguramente terminará practicando las Mitzvot del mismo modo. Por ello es tan importante mostrarles que estamos dispuestos a cumplir con amor y cariño todas Sus Ordenanzas bajo toda circunstancia y a cualquier precio.
“El ejemplo no es la principal manera de influir en los demás; es la única…”.
[1] Ver Metzudat David.
[2] Ver Ejá 5:21
[3] Ver Rashí y Metzudat David
[4] Eben Ezra
[5] Meam Loez; Shir Hasirim, pág. 15
[6] Jazón Ish
[7] Bereshit 18:19
[8] Debarim 6:6/7
[9] Ketab Sofer