El cantar de los cantares
1.6 ”Al Tiruni Sheaní Shejarjóret, Sheshezafátni Hashámesh, Bené Imí Níjaru Bí Samuni Noterá Et Akeramím Carmí Shelí Lo Natárti”
“No me miren así, que soy morena. Es que el sol me ha tostado la piel. Los hijos de mi madre se irritaron contra mí, me pusieron a cuidar los viñedos, más mi viña, no la cuidé”.
En Breve:
Continúa el diálogo del versículo anterior entre la mujer (Israel) y las doncellas (las naciones paganas) y les dice: La negrura que ven ahora en mi tez es solo temporal, el sol me bronceo, y no porque estaba cuidando mi viñedo, sino porque mis hermanos me obligaron a cuidar los suyos; la constante exposición a los candentes rayos del sol curtió mí piel. Queriendo decir que su actual profano comportamiento fue la consecuencia de la perversa influencia que recibió de sus mismos hermanos.
Profundizando:
Continuando con la idea del versículo anterior, Israel les dice a las naciones paganas: No crean que mi tez es negra, sino que está tostada por el sol. Se que su intención es deshonrarme. Me señalan y me miran con desprecio porque piensan que mi tez, (mi conducta espiritual) es comparada con la suya. Reconozco que he sido ingrata y le he dado la espalda a mi Creador en varias etapas de mi existencia. Empero, no lo hice por propia iniciativa, los hijos de mi madre, quiere decir los reyes de Israel,[1] los cuales, en ciertas épocas se irritaron contra mí y me pusieron a cuidar sus viñedos, se dejaron llevar por ideologías ajenas y me obligaron a desacatar mis obligaciones, más mi viña, no la cuidé, desatendí mi fe en el Creador.[2]
Una princesa fue acusada ante la corte real y fue desterrada por el grave delito. Fue sentenciada a ganarse la vida recolectando la cosecha de los campos junto con los granjeros comunes, el terreno donde laboraba era llano y sin vegetación, el sol caía a plomo sobre su cabeza y su rostro se oscureció.
Después de una ardua investigación, salió a la luz el hecho de que una de las empleadas del palacio había cometido el delito. El nombre de la princesa fue por lo tanto revindicado y se autorizó su retorno a la corte real. Cuando entró al palacio, la gente se percató que ya no era la hermosa doncella que había sido anteriormente. Su delicada piel había sufrido la exposición al sol abierto de los campos. Estaba ahora bronceada por el sol y parecía negra y fea. Los vasallos la miraban con escepticismo, se miró al espejo y se percató del porqué del recelo de los plebeyos.
Cuando las mujeres nobles llegaron al palacio para visitarla, se burlaron de su apariencia. “¿Por qué me contemplan con desdén?” preguntó la princesa. “Yo sólo necesito un buen bálsamo y algunos baños para curarme. Estos me harán tan hermosa y blanca como solía ser. Pero ustedes nacieron con la piel oscura. ¡Todos los cosméticos y baños en el mundo entero no tornarán blanca la negrura de su piel…!”
Relacionando este versículo con el anterior podemos decir: El Pueblo de Israel posee la santidad innata que heredó de sus grandes ancestros. Aún a pesar de que su belleza pueda a veces ser ensombrecida por las influencias externas, su negrura es sólo superficial. Tan pronto se esfuerza un poco, es capaz de reconocer sus faltas y recobrar su natural belleza espiritual.
“Cuando vivía en paz y tranquilidad en la tierra que el Todopoderoso me concedió, me dedicaba de lleno a adquirir sabiduría y mejorar mi servicio al Creador. Estudiaba Torá, cumplía con integridad las Mitzvot y tenía Bet HaMikdash. Pero desde que fui desterrada, entre en un terrible estado de oscuridad espiritual, tuve que esforzarme por conseguir el sustento trabajando empeñadamente, malgasté la autonomía que tenía y desde entonces, mi existencia se ha vuelto insoportable, la falta de santidad que tuve en los tiempos de gloria provocó que me vea así. Recuerdo con tristeza mi condición anterior. Incluso cuando tenía mi propio viñedo, cuando estaba cerca del Creador, mi manutención no representaba ningún problema, yo solamente me ocupaba de cosas espirituales y Él abastecía con generosidad todas mis necesidades. Cometí el error de descuidarlo más mi viña, no la cuidé, y ahora me veo obligada a cuidar las viñas de otros, ¡puede mi condición ser más deplorable que esto…!”.[3]
Enseñanza ética:
Un hombre entró a un expendio y encontró una tela extraordinaria para su hijo, el precio era elevado, lo pensó un poco y decidió: “¡Vale la pena, el niño se lo ha ganado!”. Compró el corte y fue con el sastre, le solicitó que elaborara una prenda muy especial. El sastre se esmeró en la confección y entregó una pieza digna de la exquisitez de la tela que tenía en las manos. El hombre quedó satisfecho con el trabajo y pagó generosamente. Se la dio a su hijo y le pidió que la vistiera sólo en ocasiones especiales. El hijo no pudo esperar, la vistió y se sintió tan feliz que quiso mostrarla a sus amigos.
Salió a la calle, la prenda despertó los celos de los niños que se encontraban jugando en el parque. Comenzaron a perseguirlo fingiendo que jugaban con él. Corrió hasta que sin darse cuenta cayó en un charco lleno de chapopote, quedó completamente negro. Los niños se burlaron de él y se alejaron del lugar festejando su travesura. El niño regresó a su casa llorando. Su madre lo miraba sorprendida: “Estás completamente sucio, puedo lavar tu cara y tus manos, pero… la ropa ¿cómo la limpio?” Miro al niño y preguntó: “¡¿Qué va a decir papá cuando te vea?! ¿Sabes que hizo un gran esfuerzo para adquirir esa prenda?”. El niño respondió: “Lo siento de verdad. Se me ocurre algo, ¿Por qué no le decimos a papá que sólo la ensucié un poco?”. La madre movía su cabeza de un lado al otro mientras le respondía: “¿Y tú crees que no te va a ver cuándo la vistas?”. El niño insistió: “¿Y si decimos que me caí en un charco lleno de chapopote?”. “¿Acaso quieres que te golpee? Va a reprenderte por no haberla cuidado, te lo advirtió ¿recuerdas?”. El niño comenzó a llorar: “Créeme que sí la cuidé, estaba yo caminando por el parque y unos niños me persiguieron y me empujaron hasta que quedé completamente manchado de chapopote, de haber sabido no hubiera salido a jugar…”. La madre secó las lágrimas del niño y preguntó: “¿Y por qué no me lo dijiste antes? Yo creo que si le platicas a papá lo que te sucedió, no se va a enojar contigo. No fue tu culpa, seguramente lo va a entender y te va a comprar una prenda nueva”. Israel le dice a Hashem: No creas que mi tez es negra, sino que mi piel está tostada por el sol; las naciones me empujaron y me ensucié con su mala influencia…
A los parientes nadie los elige, uno nace y ellos ya están allí, pero con las amistades la cosa cambia, en este caso uno sí tiene en sus manos la deliberación. Los padres tienen la oportunidad de seleccionar con quien se reunirán sus hijos. Pueden elegir la escuela donde estudiarán. Pueden elegir dónde pasarán el tiempo libre. A qué lugar, a que fiesta irán…. Esta elección es fundamental. Cualquier decisión puede cambiar el presente y el futuro, no solamente de ellos, ¡sino de toda su simiente…! Es esencial proteger e inmunizar a nuestros hijos para que tengan claro como dominar su instinto para transitar por el camino verdadero y lleno de valores, ya que para tener la Torá se requiere de entrega y sumisión absoluta subyugando los deseos y ambiciones a la Voluntad del Creador, démosles la oportunidad de beber de las dulces y frescas aguas de nuestra herencia, ayudémosles a escapar de los pozos sucios y secos de otras culturas… gracias a la Torá somos un pueblo eterno y querido por el Creador, cuidemos mejor nuestro viñedo y volveremos a nuestra condición anterior, pronto en nuestros días. ©Musarito semanal
“La tendencia natural del hombre es dejarse influenciar por las ideas y actos de su prójimo y amistades, y actuar de acuerdo con el comportamiento del lugar. Por tanto, el hombre debe unirse a los justos y sentarse junto a los sabios, a fin de aprender de sus buenas acciones”.[4]
[1] Y en un futuro, los dirigentes de la nación.
[2] Metzudat David
[3] Malbim
[4] Ramba”m; Hiljot Deot, Cap. 6:1