Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)
El autor comienza con el capítulo de la soberbia; consideró sumamente adecuado presentar este pórtico acerca del orgullo antes que los demás atributos tratados en la obra, debido a la obligación que pesa sobre el hombre de apartarse de esta cualidad tan nociva, inaceptable y negativa, la cual es considerada como la raíz de todos los males para quien la porta. Cuando el hombre piensa que está coronado con algunas virtudes de este mundo, corre el peligro de caer en la fosa de la vanidad. La soberbia y el amor propio no le permiten al hombre perdonar ni dejar pasar por alto cualquier mínimo cuestionamiento a su honor. El orgullo es el disfraz que el hombre inseguro viste para disimular sus falencias y seguir esclavizado a sus defectos. La arrogancia es una capa de aluminio detrás de un cristal que sólo deja ver la imagen de quien la porta.
El hombre arrogante es incapaz de admitir errores. Aquel que posea esta cualidad no quedará exonerado de las calamidades ocasionales.[1] Por ello, dedicaremos la publicación de esta semana para mencionar el aspecto negativo que embarga esta cualidad y en la siguiente publicación mencionaremos la parte positiva. Seguiremos el mismo sistema de análisis para cada una de las cualidades que el autor desarrolla y agrupa según un orden específico.
El primer portón: el orgullo.
Shá'ar HaGaavá
El orgullo es la moneda que el Excelso Rey, bendito es, ha declarado fuera de la circulación y de la cual nos advierte en Su Torá: Ten sumo cuidado de no olvidar al Eterno...[2] Más adelante continúa advirtiéndonos: Y no digas en tu corazón: 'Mi poder y la fortaleza de mi mano han hecho para mí esta riqueza'. Y recordarás al Eterno… pues Él es el que te da el poder para hacer riquezas, a fin de mantener Su pacto que juró a tus ancestros...[3] La vanidad es condenable inclusive en el rey de Israel, que tiene razones y posibilidades de vanagloriarse.[4] La arrogancia del rey no le proporcionará mayor estatura espiritual, ¡Cuánto más aún será detestable esta cualidad negativa en las demás personas!
El orgullo puede ser dividido en dos áreas: Una es la soberbia física, y la otra la arrogancia intelectual, es decir la acción soberbia y la ostentación de sabiduría. La arrogancia física que el hombre manifiesta por medio de su cuerpo se clasifica también en dos partes: una positiva y otra negativa. Esta última, invade al hombre y lo domina por completo. El presuntuoso ostenta en su forma de comer, en su andar, al sentarse, al levantarse, al hablar, y todo lo que realice, no lo hará sino con gran ceremonia.
La persona orgullosa no es aceptada delante del Creador: Abominación es para el Eterno todo altivo de corazón.[5] Y éste es puesto en manos de su instinto maligno, sin que merezca recibir ayuda del Cielo. Y aunque no se ensoberbezca con nadie, ni con el habla ni con acciones, sino únicamente se pavonee en su corazón, igual es denominado “abominable” ante el Creador. Y, en esta misma línea nuestros sabios lo considerarán idólatra e incestuoso,[6] y merece ser talado como un árbol consagrado a la idolatría (Asherá). [7] Y aquel que en su vida fue humilde como el polvo lo es, merecerá despertar otra vez a la vida. Y quien haya sido soberbio y dejó de ser como el polvo, sus cenizas no resucitarán,[8] esto debido a que él se atribuyó en vida un honor que no le corresponde, pues el honor es sólo del Eterno.[9]
El orgullo es el peor de los atributos, por cuanto la persona que lo busca, se sobreestima a sí misma. Su paz interior depende del aplauso ajeno. Lo importante no es ser, sino parecer. Esta persona simula una imagen para enaltecerse por sobre los demás. Pero, advertida su cualidad negativa, será considerado por su entorno como un ser despreciable y no será aceptado ni siquiera por la gente de su propia casa e incluso lo detestará el ser más cercano a él, su esposa.[10] La soberbia induce al hombre a menospreciar a las demás personas tanto en su fuero interno como verbalmente, considerando a todos los demás como seres inferiores, arrogándose de grandeza y sabiduría. De esta manera no reconoce sus errores y repetidamente considerará sus palabras y decisiones como las acertadas y desdeñará las de otros. Su deseo por el orgullo de vestir atuendos caros y de construirse grandes palacios y de comer los mejores manjares, lo hará codiciar lo más extravagante y si no lo consigue, podrá llegar a caer en los peores delitos con tal de obtener lo que su corazón desea. Quien posee esta inclinación debe tratar de erradicarla de sí, ya que se trata de un rasgo sumamente censurable, cuyo perjuicio es grande y permanente y sus beneficios en extremo pobres. Por ello debe evitarla en grado sumo; así lo advirtió el sabio y honorable rey Shelomó: la soberbia antecede a la destrucción...[11]
Haciendo una introspección
Veamos un claro ejemplo que se menciona en el libro de los Reyes I,[12] el cual muestra las cosas terribles que pueden suceder si una persona sólo está preocupada por su propia imagen y honor personal. Las consecuencias pueden ser catastróficas para él e incluso pueden causarle el abandono de las leyes de la Torá e incurrir en la idolatría y arrastrar tras él a otros a hacer lo mismo: Yarob'am ben Nebat fue un hombre malvado que pecó e hizo pecar a los demás. A pesar de que el profeta Ajiyá HaShiloní prometió que seguiría siendo rey y en su afán de despojar a Rejab'am (hijo de Shelomó y heredero del trono), obstaculizó los caminos que conducían a Yerushaláyim con el fin de evitar la peregrinación de las familias. Además, erigió dos templos, uno en Bet El y el otro en Dan y en cada uno introdujo un becerro de oro al tiempo que persuadió a la población para que se prosternaran ante los mismos y provocó que el pueblo cayera en la idolatría. Pensaríamos que una falta de este nivel sería severamente condenada. Sin embargo, el Todopoderoso con Su infinita misericordia decidió darle la oportunidad de retornar. Entonces lo tomó de las ropas y le dijo: “Si te arrepientes de tus acciones y retornas a Mis senderos, tú, Yo y el hijo de Yishay (el Rey David) caminaremos juntos por el Jardín del Edén”. Entonces Yarob'am preguntó: “¿Quién estará al frente?”, el Eterno le respondió: “El hijo de Yishay”, entonces aquel pecador dijo: “Si es así no me interesa la propuesta”.[13]
Realmente sorprende el que haya rechazado un ofrecimiento del Creador. Su exigente pregunta de dos palabras ha hecho eco a través de la historia. “¿Quién va primero? ¿Yo o David?”. ¡Lástima! ¡Ni siquiera reparó que en la propuesta, él ya encabezaba la lista! La rechazó por la sencilla razón de no tolerar que el Rey David lo antecediera en el lugar de honor. La soberbia encegueció su mente; perdió el reinado y despreció la inmensa oportunidad de ser redimido de su delito. Además, perdió la gloria eterna que hubiera significado para él pasear junto al Todopoderoso por el Paraíso acompañado de David Hamélej. Yarob'am estaba cegado por su orgullo personal; no pudo aceptar que su reino estuviese por debajo del de David y desdeñó la invitación del Creador… ©Musarito semanal
“El temor al Eterno es la vestimenta del sabio, mas la soberbia es la vestimenta del necio”.[14]
[1] Ver el comentario del Ralbag sobre Mishlé 16:5.
[2] Debarim 6:12.
[3] Ibid 8:13-18. Ver Sotá 5a.
[4] Ibid 17:20.
[5] Mishlé 16:5.
[6] Ver Sotá 4b; Debarim 7:26 y Vayikrá 18:27.
[7] Ver Yesha'yá 10:33 y Debarim 7:5.
[8] Sotá 5a. Ver Yesha'yá 26:19.
[9] Tehilim 93:1.
[10] Babá Batrá 98a.
[11] Mishlé 16:18.
[12] Melajim I 14:16.
[13] Sanhedrín 102a.
[14] Rab David Budnik