Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)
Cuando el Eterno crea al hombre, forma su rostro, su fisionomía y también sus disposiciones, tanto buenas como malas. Ninguna de estas habilidades supera a la otra; todas son iguales y proporcionales. Y a todos los seres se les concede por igual el libre albedrío, para que elijan entre el bien y el mal. Esta igualdad de poderes permanece intacta mientras el hombre no las distorsione, más cuando se rebela desequilibra este sistema tan perfecto y equilibrado y su disposición al mal se vigoriza, la necedad se apodera de sus pensamientos y el retorno al Creador se le hace cada vez más difícil.
Esta tendencia negativa se robustece y aumenta mientras el hombre lo permite. Pero cuando decide poner fin a su situación y el Eterno ve cómo el hombre decide poner fin a su caída, observa como se esfuerza y abre una pequeña abertura aun siendo esta como la punta de una aguja, y le demuestra con ello que quiere arrepentirse y retornar sinceramente. Aunque este arrepentimiento abarque sólo una parte de sus pecados, y enderece sólo uno de sus caminos errados, el Creador le concede una “gracia especial”: le abre su corazón y le quita toda la obstrucción que el pecado le originó.[1] De este modo, el camino se allana ante él y su retorno se hace más fácil. Sin esta “gracia especial” de expiación y de purificación Celestial, el retorno se haría muy difícil y penoso.
El hombre al pecar, se causa dos males: primero se transforma en un transgresor, puesto a que vulnera las palabras del Rey del Universo, y necesita para esto la expiación. Segundo, obstruye su corazón e impurifica su alma. Y así como cuando se cumple una Mitzvá, además de la recompensa que se genera, el hombre se santifica y se eleva espiritualmente. Aplica de la misma forma con los pecados, además del castigo, también su corazón se vuelve ordinario y su alma se impurifica.[2]-[3]
El onceavo portón: el arrepentimiento
Shá'ar Hajaratá
El remordimiento es la actitud que adopta el hombre al retractarse de algo incorrecto que haya hecho, deseando nunca haberlo llevado a cabo. Es una conducta apropiada en lo concerniente al arrepentimiento, pues quien peca y siente remordimiento es como si no hubiese pecado. De hecho, es imposible arrepentirse de los errores cometidos sin sentir remordimiento. Es decir, los pecados nunca serán expiados a menos que se lamente de haberlos cometido. Y tampoco la plegaria es aceptada si el hombre no se arrepiente, pues, ¿cómo puede la persona expresar: “Perdónanos, oh Eterno, pues hemos pecado”, y no se arrepiente por sus transgresiones. Esto se puede comparar al súbdito que ofende al rey y se disculpa ante su amo. Si el súbdito en cuestión no lamenta con franqueza la falta cometida y su actitud no cambia, muestra que su arrepentimiento no es auténtico, y causará que el rey se enoje aún más con él. Igual ocurre con aquél que roba una y otra vez y pide diariamente al rey que lo perdone y empero sigue delinquiendo; sobra decir que, dicha actitud, provocará que se encienda más la furia del rey en su contra cada vez que le pide perdón. Por lo tanto, el hombre debe lamentarse por sus pecados y debe rezar, confesar y tomar la decisión de no volver a incurrir en ellos, y será entonces que su plegaria será bien recibida.
Por ello, todo aquel que haya cometido una falta en contra de su compañero, ¡que se lamente por ello, que corra a buscarlo y procure su disculpa! Y si otros lo agredieron y ahora lo lamentan, acéptalos; aunque dudes de su franqueza y creas que sólo lo hacen para congraciarse contigo. Si te piden perdón, acéptalos.
El arrepentimiento es el camino que conduce hacia todas las buenas acciones. Aquel que no estudió Torá como corresponde, debe arrepentirse y asumir estudiar lo mejor que pueda. Aquel que no pronunció sus plegarias con la concentración adecuada, debe sentir remordimiento y pensar: “¿Cómo pude comparecer ante el Rey Excelso sin la voluntad de mi corazón?”. Aquel que tiene la costumbre de dedicarse a cosas vanas, debe sentir dolor por ello y pensar: “¿Qué es lo que he hecho? ¡En lugar de adquirir el Mundo Venidero me preocupe por perseguir vanidades! Y si ya es una persona mayor de edad, debe arrepentirse por haber desperdiciado su preciado tiempo sin servir al Todopoderoso.
Esta es la regla a la cual debe aferrarse el hombre: pensar en todo lo que realice y en los preceptos que haya efectuado y en las enseñanzas de los sabios con las que fue descuidado; debe arrepentirse por cada uno y uno en particular, asumiendo y amonestándose a sí mismo por no haber buscado cumplir con la Voluntad del Eterno, Bendito Sea y también arrepentirse por no haber observado las palabras de los sabios y sus buenas enseñanzas. De esta manera, el arrepentimiento se convierte en una gran herramienta para el perfeccionamiento del hombre en la observancia de los preceptos.
Haciendo una introspección
Todos tenemos la obligación de servir al Creador con alegría, tal como dice el versículo: Sirvan al Eterno con alegría; vengan ante Él con cánticos alegres.[4] Por otro lado, el hombre tiene el deber de responsabilizarse por sus actos, reconocerlos y corregirlos; rezamos tres veces al día y (hacemos Viduy) confesión en el rezo matutino, en el vespertino y también antes de dormir. Además, lo hacemos antes del principio de cada mes, y también al principio de cada año… Entonces, ¿cuál debe ser el estado anímico de la persona? ¿Sereno o alterado? ¿Acaso pueden coexistir la culpa y la alegría al mismo tiempo en el corazón de la persona?
Realmente, la angustia y la tristeza no tienen cabida en el auténtico judaísmo. La Torá enfatiza que la alegría y el gozo del corazón son vitales para la conformación de un buen Yehudí: por cuanto no serviste al Eterno con alegría y con buen corazón. [5] Es inevitable sentir tristeza y culpabilidad al recordar nuestras faltas, pero una vez que reconocimos, nos arrepentimos y tomamos la determinación de no volver a cometer más ese acto, entonces vendrá el sosiego, la tranquilidad que proviene del saber que estamos realizando la Voluntad Divina… y eso conduce a la verdadera felicidad…[6] ©Musarito semanal
“Somos lo que hacemos; pero somos, principalmente, lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
[1] Ver Shir Hashirim Rabá 5:3.
[2] Ver Yomá 39a.
[3] Extraído de Siaj Itzjac; pag. 253; Rab Shelomó Sued.
[4] Tehilim 100:2.
[5] Debarim 28:47.
[6] Rabbí Najmán de Breslev.