Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)
Si hay algo que separa a las personas, es el deseo de tomar todo para sí. El hombre mezquino piensa que lo que poseen los demás está restando de lo que el debía tener. En otras palabras, el otro está ocupando su lugar, está respirando su aire, está tomando lo que aparentemente es de él…. El avaro es mal visto ante el Cielo y ante la gente; se avergonzará en este mundo y se abochornará en el Mundo Eterno. Quien se desentiende de dar a los necesitados es comparado a cometer idolatría.[1]
Dar es un sentimiento del alma, provoca una alegría interna que permanece para siempre y no se puede comparar a ningún otro placer, por ejemplo: el comer manjares, al pasar por la garganta se van y se olvidan; el hecho de dar se queda con el generoso para toda la vida. Escribió Rabbí Jayim MiVolozhin:[1] la persona no nació para sí misma, sino nació para ayudarle a los demás en todo lo que pueda y esté a su alcance hacer. Por esto es tan penado el atributo de la avaricia. Muchos caen en el error de pensar que no tienen para darle a los demás… éste es un consejo ruin del Instinto maligno, todos tenemos algo que ofrecer para ayudar a algún necesitado. Todo el que quiere hacer favores, lo logrará; y no existe la opción de que no tuvo medios para alcanzar su meta; si uno tiene realmente la voluntad de ayudar y apoyar al prójimo, el Todopoderoso se encargará de ponerle en el camino los recursos y el escenario preciso para conseguirlo. Y no sólo que le presentará la oportunidad de ayudar, sino que además encontrará vida y honor.
El dieciochavo portón: la mezquindad.
Shá'ar Hatzaykanut
La avaricia es un atributo despreciable en la mayoría de sus aspectos, y sobre ella dijo el rey Shelomó: No comas el pan de quien tiene un ojo maligno ni codicies sus manjares…, aunque él te ofrezca: “¡come bebe!” no lo hagas porque su corazón no es sincero contigo.[2] Los rasgos característicos de las personas de ojo ruin: acumulan riquezas, no dan caridad, ni se apiadan de los pobres; cuando mantienen tratos comerciales con su prójimo son sumamente detallistas y no conceden absolutamente nada. No brindan comida o vestimenta a quien las necesita y nadie obtiene ninguna satisfacción monetaria de ellos. No confían en los demás y se hacen odiosos ante los ojos de los otros. No buscan invertir para embellecer los preceptos, ni tratan de obtener la compañía de un maestro o amigo y de esa forma permanecen ignorantes toda su vida.
El que es miserable consigo mismo también es malvado en extremo, puesto que no practica el bien con nadie. Pero el peor de los males es el de aquel que es miserable con su sabiduría o sus libros, él no pierde nada al dar. El saber fue comparado con el fuego el cual no pierde nada si se usa para obtener otro fuego, y sobre este tipo de personas dijo el versículo: al que retiene el trigo, el pueblo le insultará. Pero sobre el generoso dice: Y la bendición será sobre la cabeza de quien lo vende.[3] La interpretación directa del versículo se refiere a la caridad, pero más a fondo se refiere a la sabiduría.[4]
Haciendo una introspección
En la ciudad de Krako, en Polonia, vivía un hombre muy adinerado conocido como “Shimón el avaro”, porque entre sus atributos, lo que sobresalía era su avaricia, jamás entregaba Tzedaká a los pobres y era motivo de burla y desprecio entre todos los habitantes de la ciudad. Frente a él vivía también un carnicero, conocido por su maravillosa generosidad, él repartía Tzedaká entre los pobres en cantidades muy grandes, mucho más de lo que la Halajá dicta con respecto a sus ingresos. En cada víspera de Shabat repartía panes y carne entre todos los pobres de la ciudad… El avaro se mantenía incansable con su tacañería, mientras que el carnicero era reconocido como un hombre de gran generosidad, muy valorado por sus esfuerzos para ayudar a los pobres. y así fue durante muchos años…
Poco tiempo después de la muerte de “Shimón el avaro”, el carnicero interrumpió sus entregas de Tzedaká, y no dio más dinero a los pobres. Tampoco repartió panes y carne en la víspera de Shabat. Esto resultaba muy extraño para los habitantes de la ciudad, pero nadie relacionó la muerte del avaro con la interrupción de la Tzedaká de parte del generoso carnicero. El Rab de la ciudad llamó al carnicero, y le pidió saber por qué había dejado de entregar dádivas a los pobres, ¿por qué no seguía realizando una acción tan grande y bella? La respuesta del carnicero dejó boquiabierto al Rab; el carnicero tuvo que reconocer que todo el dinero que repartió entre los pobres, durante todos esos años, provenía del millonario de la ciudad, llamado “Shimón el avaro…”.
El mismo hombre que jamás quiso revelar la rectitud y generosidad de su corazón, se dirigió al carnicero y le pidió que reparta el dinero a los pobres, como así también la comida en la víspera de cada Shabbat y de cada festividad. Pero además le ordenó que jamás revelara que el dinero lo recibía de su parte… El Rab de la ciudad dijo que, a partir de ese día en adelante ya no llamarían al millonario con el sobrenombre de “Shimón Hakamtzán” (el avaro), sino “Shimón Hakatzáv” (el carnicero), porque las iniciales de la palabra “Katzav”, está formada de la frase: “cumple el precepto de Tzedaká en secreto (Beseter Tzedaká Kiyem); a pesar que lo apodaban “Shimón el avaro”, lo despreciaron y le gritaban: “¿Cuándo vas a aprender de las acciones de tu vecino, el carnicero?, él no tiene tanta fortuna como tú y sin embargo reparte mucha Tzedaká entre los pobres.[5] ©Musarito semanal
“No es lo mucho o poco que puedes tener lo que te engrandecerá o te rebajará, sino lo magnánimo o lo mezquino que puedas ser con lo que tienes”.[6]
[1] Babá Batrá 10a.
[2] Mishlé 23:6,7.
[3] Ibid 11:26.
[4] Sanhedrín 91b.
[5] Traducido del libro Bareji Nafshí.
[6] Rabí Sansón Rapael Hirsch.