Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)
Rab Papá estaba subiendo por una escalera y de repente se rompió un peldaño. En la caída logró asirse a un estribo, con mucha dificultad mantuvo el equilibrio y así logró salvarse. Cuando estuvo en tierra firme, miró hacia arriba buscando el peldaño roto y cuando lo encontró se estremeció, pensó: “si me hubiera caído, seguramente hubiese muerto”. En la época en la que existía el Bet HaMikdash, el yehudí que profanaba el Shabbat o adoraba ídolos, merecía ser castigado con Sekilá (un tipo de pena de muerte que consistía en arrojar al condenado de un abismo y así moría). Rab Papá temió que, aunque en su época ya no tenían el Bet Hamikdash, ni tampoco un tribunal supremo que dictara sentencias; sabía que cuando la persona comete ciertos pecados, es juzgado desde el Cielo y entonces temió haber faltado en algo a su Creador.
Entonces fue a consultar a su amigo Rabbí Jiyá, y él le explicó: “Para que merezcas ser castigado de una forma tan severa, no necesariamente debiste haber cometido un pecado considerado tan grave como el de idolatría o profanación de Shabbat, pudo haber sido porque le negaste a algún pobre una moneda de Tzedaká…”. Preguntó Rab Papá: “¿acaso es tan grave no cumplir con esta Mitzvá?”. “En efecto”, respondió Rabbí Jiyá y agregó: “escuché decir a Rabbí Yehoshúa Ben Korjá, que negar darle al pobre su Tzedaká, es un pecado muy serio; en la Torá se le considera “de corazón perverso” a la persona que incurre en tres pecados: En la negación de Tzedaká; en la profanación de Shabbat y en la idolatría, por lo que quien incurre en cualquiera de dichas acciones merecería ser castigado con la misma condena...[1]
El dieciochavo portón: la mezquindad.
Shá'ar Hatzikanut, continuación…
A pesar de que la mezquindad es un rasgo de carácter negativo, tiene un aspecto positivo: el hombre debe cuidarse de no despilfarrar su dinero en cosas vanas y sin necesidad, lo que en ocasiones le evita cometer graves transgresiones. Al prescindir de fastuosidad, simultáneamente estará privándose del orgullo, uno de los atributos que provoca que el generoso tropiece, ya que el hombre, al ver su abundancia y deleite, tiende a desconocer a su Creador.
Debido a este motivo, el hombre debe ser muy cuidadoso con su riqueza y prodigarse cuando sea propicio hacerlo, sin embargo, actuando en forma avara donde ello lo amerite. ¿Cuándo comportarse con esplendidez y cuando con mezquindad? Para decidirlo debe sopesarlo con la balanza de la Torá. Un modelo de este concepto es nuestro patriarca Yaacob, quien actuó en una ocasión en forma sumamente avara; él había olvidado unos pequeños jarros, y regresó para recuperarlos: Y quedó Yaacob solo.[2] De este hecho aprendemos que los justos aprecian más su riqueza que su propio cuerpo, ya que nada lo obtienen robando.[3] ¡Qué moderación tan extrema! Un hombre tan rico como él y regresó por unos pequeños jarros… En otro pasaje encontramos que era un hombre generoso sin igual, él reunió todo el oro y la plata que había ganado en la casa de Labán e hizo un montículo y le dijo a Esav: “Llévate todo esto y concédeme tu parte en la tumba de nuestros padres”.[4]
Aprendimos que no se debe despilfarrar ni un centavo en vano y sin necesidad. Pero todo cambia en lo referente a cumplir Mitzvot, como por ejemplo, dar Tzedaká o cualquier otro precepto que dependa de una inversión, como la de adquirir libros, hacerse de un maestro o compañero de estudio. El hombre debe comportarse con esplendidez, para elevar así su alma y alcanzar grados muy elevados y haciendo que su alma retorne a su lugar de pureza, para que se una a la fuente de la vida: Será el alma de mi señor ligada al haz de vida con el Señor, tu D-os.[5]
Haciendo una introspección
El Rab Zusha entró cierta vez a su casa y encontró a su esposa afligida. Le preguntó: “¿A qué se debe tu preocupación?”. Ella le respondió: “Todas las mujeres han adquirido vestimentas para la fiesta de Sucot y yo no poseo ninguna prenda para honrar la fiesta”. Rab Zusha se lamento por ella, salió de la casa y se dirigió hacia la casa del hombre más rico de la ciudad y le solicitó un préstamo. Con el dinero en mano fue directamente al mercado de los sastres, eligió un lindo corte y lo llevó a la modista para que confeccionara una bella prenda para su esposa. Cuando la Rabanit se enteró que la tela ya estaba en manos de la modista fue alegremente a que le tomaran las medidas y eligieran el diseño para la prenda.
Dos semanas después, ya muy cerca de la festividad de Sucot, Rab Zushe encuentra a su esposa nuevamente afligida, y le pregunta con mucha delicadeza: “¿Acaso sucedió algo? ¿No terminaron el vestido?”. La Rabanit le respondió: “El vestido está terminado, cuando llegué a recogerlo encontré a la modista nadando en un mar de lágrimas y cuando le pregunté el motivo, me respondió que la fecha de la boda de su única hija estaba muy cerca, y la joven no tenía nada para vestir, entonces tuve que regalarle el hermoso vestido y de nuevo no tendré ninguna prenda para honrar la fiesta de Sucot…”.
Cuando Rab Zusha escuchó lo sucedido, alabó mucho a su esposa por la gran Mitzvá que había conseguido, y luego le preguntó: “¿Y le pagaste por haber hecho la costura de la prenda?”. La Rabanit miró fijamente a los ojos de su esposo y muy asombrada le dijo: “¡Pero… le di mi vestido de regalo…!”. El Rab le respondió: “Dichosa eres que has realizado esta gran Mitzvá, sin embargo, la modista trabajó por el vestido para recibir una remuneración por él, tenemos que pagar por el trabajo realizado…”. El Rab fue de nuevo a pedir otro préstamo y pagó el valor de la costura.[6] ©Musarito semanal
“Así como una antorcha no disminuye a pesar de que encienda un millón de velas, así también quien usa sus bienes para una buena causa no perderá”.[7]
[1] Ketubot 88a.
[2] Bereshit 32:25.
[3] Julín 91a.
[4] Ver Bereshit 50:5 y Shemot Rabbá 31:7.
[5] Shemuel I 25:29.
[6] Extraído de Pirké Abot, pág 362; Rab Yaacob Muafra.
[7] Midrash, Shemot Rabá 31.