Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)
La envidia tiene ciertos aspectos positivos, si no existiera este sentimiento el mundo se detendría y la gente no tomaría la iniciativa para alcanzar sus logros.[1]
Existen dos tipos de envidia. La positiva que acrecienta la sabiduría,[2] y la envidia que se lleva la gente de este mundo. La envidia es positiva cuando el hombre encuentra virtudes en otras personas y desea también tenerlas, y la misma resulta beneficiosa porque suele motivar a los seres humanos para mejorarse. En cambio, tiene su lado negativo cuando las personas lamentan que otros tengan alguna virtud que ellos carecen, y desean que los demás también carezcan de sus mismas insuficiencias.[3]
Debemos asumir el conocimiento pleno que cada persona en particular viene a este mundo con una misión, y por ende con virtudes y carencias completamente distintas a los demás. Nadie en absoluto puede tocar de lo que se haya destinado para él. Todo está decretado en los cielos, la vida de cada persona se desarrolla de una forma independiente a la de los demás, incluso en los detalles más sutiles. Cada uno tiene y recibe lo que le corresponde y es totalmente independiente a lo de los demás, ya que aun cuando otros realicen todos los trucos del mundo para evitar que él reciba lo que le pertenece, no podrán evitarlo, ya que todo depende del decreto Divino.[4] Nuestros sabios aseguran que, todos aquellos que consigan entender este concepto, tendrán la recompensa de vivir tranquilos, alcanzarán la maravillosa virtud de la generosidad, y no tendrán necesidad de sentir envidia por los logros de los demás.
Es común encontrar personas a quienes les cuesta más trabajo cumplir Mitzvot o entender las lecciones de la Torá; es normal sentir envidia de aquellos que son más diligentes o brillantes que él, porque son raudos para cumplir con la Voluntad del Creador o generan pensamientos originales, o porque avanzan más en sus estudios. Este tipo de envidia representa un error conceptual. Todo aquel a quien le cuesta trabajo entender un tema simple y que se esfuerza para entenderlo, sentirá el mismo placer de alcanzar un logro cuando finalmente asimile ese concepto, que el de aquella persona dotada de una mente brillante cuando comprenda algo acorde con su nivel intelectual. Además, dado que el mérito de una buena acción está en proporción directa a la dificultad involucrada en su realización, la persona que más lucha por entender algo y que en consecuencia pone mayor esfuerzo que los demás, alcanzará realmente un nivel espiritual más elevado.[5]
El catorceavo portón: la envidia.
Shá'ar Hakin'á, continuación…
Aun aceptando que la envidia es un rasgo sumamente negativo, existe cierto aspecto de la misma muy provechoso y que distingue a las personas superiores, es la envidia del temor al Todopoderoso que ellos logran conseguir, como está dicho: Que no envidie tu corazón a los pecadores, sino al temor al Eterno permanentemente.[6] A esto se refirieron nuestros sabios al decir: La envidia del saber incrementa sabiduría.[7] Pues al observar a otro estudiando, debe envidiar esta actitud y pensar: “Si él estudia con tanto ahínco yo también debería hacerlo”. Lo mismo es aplicable a los preceptos. Se debe envidiar la observancia de los demás y optar así el cumplimiento de más preceptos y buenas acciones.
Si ve una persona malvada que, sin embargo, posee cierta cualidad positiva, debe envidiar esa cualidad y también adoptarla.
Sin embargo, quien envidia a otros, empero su envidia no está dirigida a imitar su conducta, sino que la causa son los honores que la gente le rinde al virtuoso o al estudioso y entonces trata de perjudicar su estudio y obstaculizar su cumplimiento de los preceptos, esta es una envidia muy negativa que lo constituye en pecador e incitador al pecado, asociándose en su conducta a Yerob'am ben Nebat (un rey corrupto de Israel).[8]
Siempre el hombre debe honrar a los estudiosos de la Torá y a quienes observan sus preceptos, debe apoyarlos tanto física como monetariamente y entonces lo envidiarán otros y tratarán de imitar su conducta, para también ellos ser merecedores de la ayuda y el honor de los demás, y aunque actúen en principio por interés, llegarán a hacerlo desinteresadamente.
Haciendo una introspección
El Rabino de Yerushalayim, el Gaón Rabí Yosef Jaím Zonenfeld pronunció frente a sus alumnos una interesante frase: “nunca tuve el defecto de la envidia; únicamente envidié al autor del Shaagat Arié”.
¿A qué se refería el Gaón?
Se cuenta que cuando el Shaagat Arié se encontraba en sus últimos momentos de vida en este mundo, un gran grupo de eruditos y dirigentes de la comunidad se reunieron para acompañar al Rabino ante la inminente y triste partida. El Rab agonizaba en su cama, respiraba con dificultad y de cuando en cuando recobraba el sentido y pedía algún tratado del Talmud para consultar lo que seguramente repasaba en su mente. Recién recibía el libro en sus frágiles manos, examinaba rápidamente una de las páginas que le eran tan habituales y pedía que le acercaran otro y luego otro tomo más. Uno de los dirigentes indicó al Shamash, que en lugar de un tratado talmúdico le acercara al Rab el libro “Maabar Yaabok”, para que pudiera leer el Vidui (confesión) que se recita antes de morir.
Cuando el Rab se percató del cambio, sonrió y mientras miraba a los presentes, les dijo: “no sólo que en mi ocupada vida no tuve tiempo para hacer una transgresión; ¡ni siquiera tuve tiempo para pensar en alguna de ellas! dediqué mi vida entera al estudio de la Torá, ¿cuándo podría tener tiempo para cometer una falta…?”. Con estas palabras concluyó emocionado el Rabí Yosef Jaím Zonenfeld su disertación ante sus alumnos: “Un Vidui así es lo que yo envidio…”.[9]©Musarito semanal
“No busques ser mejor que tu vecino. Busca mejorar tu propio destino”.[10]
[1] Midrash Sojer Tob, 37:1.
[2] Babá Batrá 21ª.
[3] Jojmá UMusar, Vol. 2, pág 177.
[4] Ver Berajot 61b.
[5] Mijtav MeEliahu, vol. 3, Pág. 185.
[6] Mishlé 23:17.
[7] Babá Batrá 21a.
[8] Ver Jayé Hamusar, Vol. 2, pág. 209.
[9] Extraído de la revista Pájad David, 133 Haazinu.
[10] Rab David Zaed.