Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)

 

 

La envidia es un mal del cual casi nadie en el mundo se salva, incluso un hombre acaudalado puede experimentar, por carecer de algo que desea, un pesar casi tan grande como el que padece un menesteroso a quien le falta un bien indispensable.[1] Los sentimientos de envidia, generalmente están basados en ilusiones, proviene del intento de compararse con otras personas, cuando mira por sobre el hombro para ver que es lo que tienen. La envidia es una declaración de inferioridad. La misión del hombre es alcanzar sus logros valiéndose de los talentos singulares que le son propios. El error más grande es cuando él se mide de acuerdo a los parámetros de los demás, esto constituye la completa anulación de la propia personalidad. Nadie necesita en realidad la aprobación de otros para ser una persona ponderable.[2] Un claro ejemplo que encontramos en el Tanaj es el de Yehonathán, él erradicó de su corazón todo sentimiento de envidia. Él mismo era un aspirante al trono de Israel al ser heredero de su padre, el rey Shaul, sin embargo, él cedió el privilegio que David dirigiera los destinos de Israel, y él se sentía pleno aun cuando David lo había superado.

 

Cuando un hombre siente envidia de lo que posee otro, se está quejando contra el Todopoderoso por haberle otorgado algo que piensa que debía haberle llegado a él. Todo aquel que reconozca que el Todopoderoso es justo e imparcial, no sentirá envidia de ninguna otra persona.[3]

 

 

 

El catorceavo portón: la envidia.

Shá'ar Hakin'á

 

 

 La envidia es una ramificación del enojo y no existe ser humano que pueda escapar de ella, pues vemos que la mayoría de las personas se dejan influir por otros y así, al ver que su compañero adquirió un bien material, sea comida, vestimenta, casa o fortuna, procurará adquirir también lo mismo, pues si el otro lo posee ¿por qué él no? Esto es lo que quiere darnos a entender el rey Shelomó en el versículo: Y observé que toda suerte de trabajos y obras magnificas ocasionan la envidia del prójimo.[4]

 

La envidia es producto de la bajeza de espíritu, pues quien envidia la belleza, la riqueza o la fuerza del otro, está desdeñando aquello que el Eterno Le destinó a él. Todo aquel que es dominado por la envidia se convierte en un ser despreciable, puesto que la envidia provoca la codicia. Si no se fija en lo que otros poseen no ambicionará y la Torá advierte: No codiciarás la mujer de tu prójimo… ni nada de lo que a él pertenezca.[5] La persona dominada por el deseo no está muy lejos de transgredir toda la Torá,[6] (el Orjot Tzadikim proporciona una analogía que demuestra esta teoría).

 

Todo odio que depende de algo específico, al desaparecer la causa desaparecerá también este sentimiento, por ejemplo, si odia a otra persona porque le robó algo, al restablecer su pertenencia, el rencor desaparecerá. Sin embargo, el odio originado por la envidia no desaparece nunca. ¡Cuántos males acarrea la envidia! La serpiente de la creación envidió al primer hombre y así provocó la existencia de la muerte.[7] Lo mismo sucedió con Caín, Koraj, Bil'ám, Doeg y Ajitofel, Gujazí, Adoniyá, Abshalom y Uziyahu, todos ellos pusieron sus ojos en lo que no les pertenecía y no sólo no recibieron lo que anhelaron, sino que perdieron todo aquello que ellos poseían.[8]

 

La envidia puede conducir al hombre a cometer actos infames, esto fue ejemplificado con una parábola: Un hombre ambicioso y otro envidioso iban juntos por el camino, cuando llegaron a una bifurcación se los encontró un rey y les propuso lo siguiente: “Uno de ustedes pida algo y le será concedido, pero a su compañero le será entregado el doble”. El envidioso no quiso ser el primero en hacer la petición, pues sabía que envidiaría la porción que recibiría su compañero. El ambicioso no quería tampoco pedir al principio pues sabía que ansiaría recibir más que el otro. Al final, el codicioso presionó al envidioso para que hiciera la petición primero; entonces pidió que le arrancaran a él un ojo, con tal de que a su compañero le sacaran los dos ojos….

 

Los sabios de antaño solían rezar: “Qué no sintamos envidia de otros, ni que los demás sientan envidia de nosotros.[9] Ellos sabían que muchas personas provocan la envidia y la avaricia ajena y por ello oraban para no transgredir el delante de un ciego no pongas obstáculos.[10] Por ello es recomendable no vestir ropas excesivamente caras o llamativas, ni tampoco su esposa o hijos. Lo mismo es válido para la comida y demás actitudes a fin de no provocar la envidia ajena. Empero, aquel a quien el Todopoderoso lo bendijo con riqueza y bienes, que convide a los demás, tanto a pobres como a ricos y que se comporte con amabilidad y que practique con ellos un amor piadoso.

 

Haciendo una introspección

 

La envidia es una de las causas primordiales del odio. Cuando alguien te desagrade, deberás efectuar un sincero autoexamen para comprobar que no sientes envidia de él, ya sea de sus logros, sus virtudes, su trabajo, su fama o su popularidad. Cuando conozcas la fuente de tu odio, podrás vencerlo fácilmente. Nuestras vidas son tan fugaces y breves, que no vale la pena desperdiciar nuestro tiempo para sentir envidia de nadie por ningún motivo.[11] Cuando uno aprende a valorar y disfrutar de lo que posee, no necesitará estar viendo lo que tienen los demás. Cuando el hombre experimenta felicidad por lo que hace y posee, esa será la mayor recompensa de su esfuerzo, lo que los demás poseen no nos servirá para cumplir nuestra finalidad en este mundo. Jamás debemos pensar que carecemos de algo, pues lo que poseemos en este momento, es lo que se requiere para lograr las metas de nuestra vida: Así como los anteojos son hechos para alguien y no te sirven a ti, de la misma manera las herramientas materiales son confeccionadas para ser usadas por la persona a quien le fueron dadas. Todo aquél que asimile debidamente esta perspectiva no habrá de envidiar lo que posean los otros.[12] ©Musarito semanal

 

 

“Tal vez puedas adornarte con las plumas de otro, pero no puedes volar con ellas”[13]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Jayé Holam; Vol. 1, pág. 1,3.

 

[2] 'Alé Shur, pág 37.

 

[3] Reshit Jojmá; Shaar Hahanavá,  cap. 7.

 

[4] Kohélet 4:4.

 

[5] Shemot 20:14.

 

[6] Séfer Shaaré Kedushá 8:2, Cáp. 4.

 

[7] Bereshit 3:14.

 

[8] Sotá 9b.

 

[9] Yerushalmi, Berajot 4b.

 

[10] Vayikrá 19:14.

 

[11] Shaaré Kedushá 1,15;Rab Jayim Vital.

 

[12] Mijtav Mi Eliahu, Vol. 1, pág. 136.

 

[13] Saba Mi Slvodka.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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