Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)

 

 

La modestia es una actitud loable. La humildad es la escalera para elevarse en los caminos del Todopoderoso.[1] Una persona cuyos actos son buenos, pero hace alarde de ellos para conseguir honor es semejante a un platillo exquisito, sazonado con las mejores especias y condimentos, y que, sin embargo, por permanecer demasiado tiempo en el fuego se vuelve amargo y sabe a quemado, sin que se pueda comer. Así se considera al hombre que hace alarde de sus acciones. Y peor aún, quien se jacta de ser sabio y ser dueño de acciones meritorias sin siquiera poseer una sola de ellas, no tendrá peor atributo que este ni habrá con qué compararlo…

 

Pero ¿la humildad es siempre buena? ¿Se debe mantener constantemente una postura sumisa ante cualquier situación? Veamos cómo responde el Orjot Tzadikim.

 

 

 

 

El segundo portón: la humildad.

 

Shá'ar HaHanavá

 

 

Existen seis situaciones que ponen en evidencia la humildad del hombre. Cuando ofenden a una persona verbalmente y, tiene la oportunidad de vengar su honor y no lo hace por mérito al honor debido al Todopoderoso. Al presentársele una pérdida cuantiosa o cosas aun más graves y él justifica el fallo Divino asumiéndolo con mesura. Cuando alguien lo elogia por su inteligencia y buenas acciones y en lugar de alegrarse por ello, piensa que sus actos son insuficientes ante lo que debió hacer. Cuando es dotado de bonanza y reconoce que no es todo para él, sino que esa bonanza le fue proveída para beneficiar a los demás. Cuando se reprocha a sí mismo por cualquier agravio cometido contra otros. Cuando su conducta es mesurada y sus palabras son suaves y no se ocupa en buscar los placeres. Y todas estas actitudes son señal de humildad.

 

A pesar de los beneficios que emanan de la virtud de la humildad, el hombre debe conducirse con cierta altivez en ocasiones y esto no será perjudicial para el humilde, sino por el contrario, lo fortalecerá y le producirá la gran satisfacción de poseer esta virtud. En este sentido, no deberá conformarse con un logro espiritual determinado, sino aspirar a más y mejores conquistas espirituales que serán su parte en el Mundo Venidero.

 

El orgullo frente a los malvados es sumamente encomiable; cuando alguien oye que ciertas personas menosprecian a la Torá y se burlan de las Mitzvot o condenan a los Talmidé Jajamim, entonces es un deber salir al frente y protestar contra estas actitudes. Esta conducta demuestra celo auténtico por la causa del Todopoderoso resguardando Su Honor. Al respecto el sabio rey Salomón recomienda en los Proverbios: Responde al insensato según su insensatez...[2]

 

            El hombre sabio no debe sentirse humillado ni someterse ante el malvado. Como enseñaba el eminente Maguid de Mezeritch: La humildad es como una ropa: hay veces que uno la viste y hay otras que uno se la desviste.[3] Su mérito será mantenerse firme, predicar el bien y advertir sobre el mal en la medida de lo posible, aunque ello aparente una conducta soberbia ante la sociedad, pues en su corazón sabe de su elevada intención.

 

Existe un tipo de humildad tan negativa como la soberbia. Un ejemplo de esto fue la actitud de los falsos profetas, en los días de Eliyahu HaNabí, quienes se vestían con ropajes de los profetas verdaderos para hacer creíbles sus mentiras y falsedades.[4] Por ello, aquellos que se conducen con falsa modestia y se visten, hablan, adulan y actúan como hombres piadosos y justos para hacer así fiables sus palabras y actitudes, se presentan ante la comunidad con una imagen benévola engañando así a los demás con su conducta. Ellos profanan el Nombre divino más que cualquier otro y provocan que los hombres dejen de creer en los verdaderos dirigentes espirituales.

 

Por este motivo, recomienda el autor: Despierta y no te tardes en curarte de la soberbia y el engaño. Y no debe desalentarte el ver a muchos de tus compañeros actuar engañosamente, pues prefieren seguir por sus caminos y a quien los reprenden responden con desprecio: ¿Quién está totalmente exento del orgullo? ¿Quién puede ser absolutamente honrado en el comercio sin engañar a nadie y obrar sólo con rectitud? ¿Acaso no hay muchos hombres, mejores y más grandes que yo que cometen todo tipo de atropellos? Por eso voy a comportarme igual y lo que depare el destino para ellos que también sea para mí. Quienes piensan así estarán incurriendo en un error irremediable. Podría esto asemejarse a quien le duelen los ojos y posee un ungüento de reconocida efectividad para su dolencia, empero se abstiene de colocarse el medicamento y piensa, equivocadamente, que si esta enfermedad provoca ceguera, “de todas formas hay muchos ciegos en mundo y entonces no puede ser tan malo descartar el remedio”.

 

            ¿Existe acaso existe una insensatez más grande? Por ello continúa diciendo: Debes realizar un autoanálisis y aplicar en el mismo, todos los esfuerzos que tengas a mano para evitar asemejarse al que es inferior a ti en sabiduría y servicio Divino. Siempre tus ojos deberán dirigirse hacia aquellos que están por encima de ti, tratando de alcanzarlos conforme sea tu grado de sabiduría en lo que a conocimiento del Creador y a Su Servicio se refiere. Al respecto está escrito: Y conoceremos y persistiremos para conocer al Eterno. Su encuentro es tan seguro como el amanecer, y vendrá a nosotros como la lluvia tardía que riega la tierra.[5].

 

 

Haciendo una introspección

 

Tenemos la costumbre de cerrar los ojos y taparlos con la mano cuando recitamos el primer versículo del Shemá' Israel. ¿Cuál es el motivo? Si fuera para no distraer nuestra atención ¿acaso no sería suficiente con cerrar los ojos? Entonces ¿para qué debemos además cubrir nuestros ojos con la mano derecha? De manera alegórica, podemos ensayar la siguiente respuesta: Cada ser humano tiene huellas dactilares únicas y este será su sello de originalidad. Igualmente, el iris es único. Unimos estas dos señales de identidad que nos otorga nuestro cuerpo precisamente en el momento en que declaramos nuestra fe y apego al Creador. Hacemos esto con la intención de insinuar que cada persona tiene su propia y única personalidad y por ende la relación con Él también lo es; así como no hay dos personas que compartan las mismas huellas, nadie tiene los mismos pensamientos, intenciones y formas de relacionarse con su Creador.

 

Este pensamiento debe estimularnos a utilizar nuestra individualidad para trazar el sendero de nuestra existencia, obviamente aunado y apegado a nuestras sagradas escrituras y a la forma que delinearon nuestros antepasados. Si bien es cierto que la Halajá reglamenta una conducta universal para todo el mundo judío, el espíritu que le ponemos será siempre nuestra propia contribución.[6] ©Musarito semanal

 

 

No es el lugar el que honra al hombre, sino el hombre quien honra el lugar.[7]

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Ver Tehilim 25:9.

 

[2] Mishlé 26:4-5.

 

[3] Cuyo nombre era Rab Dob Ver, 1704-1792. Discípulo del Bá'al Shem Tob.

 

[4] Zejariá 13:4.

 

[5] Hoshéa 6:3.

 

[6] Ampliado de las palabras de Rab Daniel Staum.

 

[7] Ta'anit 21b.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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