Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)
¿La vergüenza es una cualidad positiva para la persona? Adam y Javá, los primeros seres humanos, no tenían de qué avergonzarse, su mente era pura y santa y usaban todos sus órganos única y exclusivamente para servir al Creador, y no para satisfacer sus apetitos personales. Ellos eran capaces de percibir con claridad que la esencia de la persona es su alma, y que el cuerpo es solamente la vestimenta de esta y por ende no tenían motivos para cubrirlo.[1] Después que desobedecieron al mandato Divino y comieron el fruto prohibido, cambiaron su naturaleza y sintieron vergüenza de su desnudez. Quiere decir, la sensación de querer ocultar algo que no debe ser descubierto, los obligó a cubrirse. La vergüenza es la voz de la conciencia que recuerda al hombre que el componente fundamental del individuo es su esencia espiritual interna, la vergüenza es aquella voz interior que exhorta al cuerpo exterior para hacer lo correcto delante de su Creador. El ser humano es el ser más elevado de las creaciones y no llegó a este mundo solamente a saciar sus deseos corporales. Entonces podríamos inferir que la vergüenza es un buen síntoma para la persona, pues es una sensación que protege al hombre de obrar inadecuadamente.[2] Veamos qué opina el Orjot Tzadikim al respecto.
El tercer portón: la vergüenza.
Shá'ar HaBushá
Si te abstuviste todos los días de tu vida de pecar, no te vanaglories por ello, porque uno comienza a evitar el pecado por vergüenza de las demás personas. El hombre debe asumir como premisa fundamental conocer su instinto y el potencial que posee, y así concientizarse de a Quien debe servir y a Quien temer, que Precepto cumple y Quien se los encomendó y así llegará a actuar exclusivamente por vergüenza al Todopoderoso, cómo se lo advirtiera el rey David a su hijo Shelomó: Conoce al D-os de tu padre y sírvelo con corazón íntegro.[3]Y si tiene que reconocer la verdad o tenga que reprender a la gente y ordenarle que haga el bien, tendrá que actuar aun a pesar de que se burlen de ella. No debe desistir de cumplir ninguna Mitzvá aunque tenga que soportar grandes vergüenzas delante de la gente, debe sacudírsela del rostro y cumplir con la Torá como corresponde.
Por otro lado, debe realizar un gran esfuerzo para soportar la vergüenza y evitar el pecado, aun si se burlaran de él por ello, por ejemplo: si las personas de su ciudad observan cosas prohibidas y se burlan y avergüenzan a aquel que se rehúsa a hacerlo, aun así, se debe evitar cometer ese pecado aunque tenga que pasar por la vergüenza… y será gracias a actitudes como esta, que podrá alcanzar el don de la modestia y el recato. Todo el que se avergüenza manifiesta una señal de que es descendiente de Abraham, Yitzjak y Yaacob.[4]
Hay que tener sumo cuidado de no hacer nada que provoque vergüenza a alguien, ni en público ni a solas, y ser meticuloso en todos los aspectos, para evitar que el compañero sufra algún daño a su honor, pues nos enseñan nuestros sabios: el que empalidece el rostro de su compañero en público, no tiene porción en el Mundo Venidero.[5]Al empalidecer el rostro de alguien, el color de la cara se desvanece cuando se le va la sangre del rostro, y esto es similar a asesinarlo; la aflicción de la palidez (por la humillación) es más amarga que la muerte, y por eso dicen: es mejor que la persona se arroje a un horno encendido y que no humille a su compañero en público.[6]
Asimismo, si se avergüenza de reconocer la verdad, se considera un gran defecto. Lo mismo rige para quien se avergüence de corregir las malas acciones que observa en los demás. O lo mismo aplica para el alumno que se abstiene de preguntar a su maestro: El vergonzoso no aprende.[7]Se debe dilucidar toda duda, desde lo insignificante hasta lo más complicado, el mismo rey David afirmó: Hablaré Tus testimonios ante los reyes y no me avergonzaré.[8]
Y aunque siempre es preferible que sea de los ofendidos y no de los que ofenden, la persona debe acostumbrarse a no hacer cosas que su compañero se avergüence de señalarle. No se debe perder la dignidad requiriendo cosas de los demás, pues el honor personal perdido nadie lo puede recuperar. Quien mienta sobre los demás para mitigar su propia vergüenza, será pasible de un grave castigo, pues le endilga defectos falsos a los demás, así como muchas otras maldades que resultan de ello.
Afirmaron nuestros sabios: Quien comete un pecado y se avergüenza del mismo, le disculpan sus faltas.[9] Y dijeron: La vergüenza y la fe se hallan estrechamente ligadas, pues el vergonzoso guardará fidelidad a las demás personas y quien no tiene fe en los demás no siente vergüenza. Dijo el sabio: En tanto no te avergüences, saciarás cualquiera de tus deseos.
Haciendo una introspección
Como vemos de lo que nos legó el Ramá en sus primeras palabras del Shulján Aruj Oraj Jaim: “No hay que avergonzarse de ninguna de las personas que se burlan de uno por servir al Eterno”. Es decir, no hay de qué sentir vergüenza por miedo a que se burlen. Quien posee sagradas inclinaciones y su única intención es la de encaminarse correctamente, obtendrá el Zejut de recibir ayuda Celestial y no le ocurrirá ningún percance.
Cuando Moshé fue advertido que dejaría este mundo, pidió un sucesor que condujera sabiamente a la nación judía, que encabezara las campañas militares y que orara por todos. El Eterno ordenó: Y tú [Moshé] dotarás de tu brillo a él [Yehoshúa]. ¿Acaso Yehoshúa era el más sabio de la generación? ¿Qué había hecho él para obtener semejante título? El Jidá nos revela que Yehoshúa ejemplificó la humildad y la absoluta sumisión que el alumno debe mostrar ante su maestro. Yehoshúa Invirtió todas sus fuerzas para acompañar a su maestro para ganar sabiduría, solía hacer caso omiso a su dignidad sirviendo a los demás. Llegaba temprano al Bet HaMidrash (Casa de Estudio) y salía al final a fin de ordenar los bancos de los maestros y las alfombras de los estudiantes para que pudieran todos sentarse y estudiar con comodidad.[10] Ninguno de los integrantes del pueblo de Israel quiso asumir la responsabilidad de hacer la tarea de asear y ordenar el recinto. Yehoshúa no pensaba así, y gracias a su paciencia, dedicación y devoción a la Torá, obtuvo sabiduría, entendimiento y el espíritu profético para lograr conducir con éxito al Pueblo de Israel. ¡A nadie se le ocurrió hacer a un lado la vergüenza y ordenar los bancos en la Casa de Estudio! Esa misma vergüenza les hizo convertirse a todos en alumnos del joven Yehoshúa. ¡Cuán lejos puede llegar el hombre en su vida si estuviera dispuesto a someterse a una humillación en pro de lo que es correcto! ©Musarito semanal
“Avergüénzate de ti mismo y no llegarás a avergonzarte de los demás”.[11]
[1] Sforno.
[2] Nedarim 20a.
[3] Dibré HaYamim 1:28-29.
[4] Ver Yebamot 79a.
[5] Babá Metziá 59a.
[6] Ibíd 58b.
[7] Pirké Abot 2:5.
[8] Tehilim 119:46.
[9] Berajot 12b.
[10] Midrash Rabbá, Nasó 6,5.
[11] Debé Eliahu, Zotá 2; Hameir Ledavid.