Perek 5, Mishná 10, continuación...
Cuatro actitudes hay en el hombre: Quien dice: “Lo mío es mío y lo tuyo es tuyo”, posee una actitud mediocre; y hay quienes dicen que es una actitud que imperaba en Sodoma. Quien dice: “Lo mío es tuyo y lo tuyo es mío”, es un ignorante. Quien dice: “Lo mío es tuyo y lo tuyo es tuyo”, es piadoso. Y quien dice: “Lo mío es mío y lo tuyo es mío”, es malvado.
Dijo el Rambam que de esta declaración se dilucida que el piadoso es aquel que multiplica las buenas obras, es decir, que se inclina levemente hacia uno de los dos extremos, en este caso, el bueno. Y también podemos aprender de quien posea la más degradante de las bajezas del alma, es decir, que desvía sus actos hacia el extremo negativo, o sea, una persona egoísta y codiciosa, que no solamente quiere poseer su dinero sino también lo que está en manos de su prójimo, a esta persona se le denomina malvada.
Dice el Orjot Tzadikim: La avaricia es un atributo despreciable en la mayoría de sus aspectos, y sobre ella dijo el rey Shelomó: No comas el pan de quien tiene un ojo maligno, ni codicies sus manjares…, aunque él te ofrezca: “¡Ven come y bebe!”, no aceptes su invitación porque su corazón no es sincero contigo.[1] Los rasgos característicos de las personas de ojo ruin son: que acumulan riquezas, no dan caridad, ni se apiadan de los pobres; cuando mantienen tratos comerciales con su prójimo, son sumamente quisquillosos y no conceden absolutamente nada a favor de su contraparte. No brindan comida o vestimenta a quien las necesita, y nadie obtiene ningún beneficio monetario de ellos. No confían en los demás, y se hacen odiosos ante sus ojos. No buscan invertir para embellecer los preceptos, ni tratan de obtener la compañía de un maestro o amigo, y de esa forma permanecen ignorantes toda su vida.
Si hay algo que separa a las personas, es el deseo de tomar todo para sí. El hombre mezquino piensa que lo que poseen los demás, está restando de lo que él debería tener. En otras palabras, el otro está ocupando su lugar, está respirando su aire, está tomando lo que aparentemente es de él…. El avaro es mal visto ante el Cielo y ante la gente; se avergonzará en este mundo y se abochornará en el Mundo Eterno. Quien se desentiende de dar a los necesitados es comparado a cometer idolatría.[2]
Dar es un sentimiento del alma, provoca una alegría interna que permanece para siempre y no se puede comparar a ningún otro placer, ni siquiera al de comer manjares, porque después que el alimento pasa por la garganta, se va y se olvida; en cambio, cuando uno da a otros, el gusto se queda con el generoso para toda la vida. Solía decir Rabí Jayim MiVolozhin: el hombre no nació para sí misma, sino nació para ayudarle a los demás en todo lo que pueda y esté a su alcance hacer.[3]
En el libro de leyes del Rambam,[4] muestra la conducta correcta a seguir. Enseña que el mejor camino por donde debe andar el hombre es el intermedio, quiere decir, que la persona no debe ir por los extremos, sino que utilice su inteligencia para mesurar su riqueza y prodigarse cuando sea propicio hacerlo, si su tendencia hacia la avaricia es fuerte, o si su motivación para ayudar a los demás, proviene de su necesidad de obtener reconocimiento de la gente, puede optar por inclinar su postura hacia el lado contrario, para que al final las fuerzas se compensen y llegue al punto intermedio….
En la ciudad de Cracovia, en Polonia, vivía un hombre muy adinerado conocido como “Shimón el avaro”, porque entre sus atributos, lo que sobresalía era su avaricia, jamás entregaba Tzedaká a los pobres y era motivo de burla y desprecio entre todos los habitantes de la ciudad. Frente a él vivía también un carnicero, conocido por su maravillosa generosidad, él repartía Tzedaká entre los pobres en cantidades muy grandes, mucho más de lo que la Halajá dicta con respecto a sus ingresos. En cada víspera de Shabat repartía panes y carne entre todos los pobres de la ciudad… El avaro se mantenía incansable con su tacañería, mientras que el carnicero era reconocido como un hombre de gran generosidad, muy valorado por sus esfuerzos para ayudar a los pobres, y así fue durante muchos años…
Poco tiempo después de la muerte de “Shimón el avaro”, el carnicero interrumpió sus entregas de Tzedaká, y no dio más dinero a los pobres. Tampoco repartió panes y carne en la víspera de Shabat. Esto resultaba muy extraño para los habitantes de la ciudad, pero nadie relacionó la muerte del avaro con la interrupción de la Tzedaká de parte del generoso carnicero. El Rab de la ciudad llamó al carnicero, y le preguntó por qué había dejado de entregar dádivas a los pobres, ¿por qué no seguía realizando una acción tan grande y bella? La respuesta del carnicero dejó boquiabierto al Rab; el carnicero tuvo que reconocer que todo el dinero que repartió entre los necesitados durante todos esos años, provenía del millonario de la ciudad, llamado “Shimón el avaro”. Él jamás quiso que la gente supiera que él era quien repartía generosamente su corazón. Cierto día llegó a mi carnicería y me pidió que repartiera cierta suma de dinero entre los pobres, como así también la comida en la víspera de cada Shabat y de cada festividad. Pero además me condicionó a que jamás revelara que el dinero lo recibía de su parte…”.
El Rab de la ciudad reunió a la gente y les dijo que, a partir de ese día en adelante ya no llamarían al millonario con el sobrenombre de “Shimón Hakamtzán” (el avaro), sino “Shimón Hakatzáv” (el carnicero), porque las iniciales de la palabra “Katzav”, está formada de la frase: “cumple el precepto de Tzedaká en secreto (Beséter); a pesar que lo apodaban “Shimón el avaro”, lo despreciaron y le gritaban: “¡Cuándo vas a aprender de las acciones de tu vecino, el carnicero!, él no tiene tanta fortuna como tú, y sin embargo reparte mucha Tzedaká entre los pobres...[5]
Esta historia puede parecer extrema, pero esta fue la forma en que el hombre encontró para balancear sus atributos. ¿Cómo podemos saber cuándo comportarnos con esplendidez y cuándo con mezquindad? Para decidirlo debe sopesarlo con la balanza de la Torá. Así recomienda el Orjot Tzadikim: No se debe despilfarrar ni un centavo en vano y sin necesidad. Pero todo cambia en lo referente a cumplir Mitzvot, como, por ejemplo, dar Tzedaká o cualquier otro precepto que dependa de una inversión, como la de adquirir libros, hacerse de un maestro o compañero de estudio. El hombre debe comportarse con esplendidez, para elevar así su alma y alcanzar grados muy elevados y haciendo que su alma retorne a su lugar de pureza, para que se una a la fuente de la vida: Será el alma de mi señor ligada al haz de vida con el Señor.[6] ©Musarito semanal by Elias E. Askenazi
“No es lo mucho o poco que puedes tener lo que te engrandecerá o te rebajará, sino lo magnánimo o lo mezquino que puedas ser con lo que tienes”.[7]
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Para Refuá Shelemá de: Abraham ben Yemile, Rajel Jaya bat Adel Janom.
Leiluy Nishmat de: Yaacob ben Ruth, Yosef ben Elvira, Shajud Shaúl ben Boliza. Jayim bem Regina, Jayim ben Alicia, Victoria bat Esther, Eliahu ben Esther y Rabí Abraham ben Rajel. Deni Yedidiá ben Ruth
[1] Mishlé 23:6,7.
[2] Babá Batrá 10a.
[3] Ver Prólogo del Néfesh Hajayim.
[4] Hiljot Deot, Capitulo 1.
[5] Traducido del libro Barejí Nafshí.
[6] Shemuel I 25:29.
[7] Rabí Shimshón Raphael Hirsch.